CON LOS OJOS ABIERTOS
Creo que si queremos entender el mundo y nuestras vidas, hay que empezar por partir de una premisa: que todos somos ciegos, o semiciegos o, por lo menos, daltónicos. Vemos lo que queremos ver. Sin que nadie nos coloque lentes, vamos todos reduciendo el enfoque, reduciéndonos a ciertas zonas de la realidad, eligiendo nuestros trozos de mundo para vivir más cómodos, hasta que terminamos por creer «sinceramente» que nuestro mundillo es el mundo. Pero desconocemos ocho de sus diez partes. El creyente acaba por creer que todos o casi todos creen. El incrédulo se autoconvence de que eso de la fe es cosa de siglos pasados. El rico se autoasegura que «ahora la gente vive mejor». El pobre se inventa una caricatura de la vida de los ricos. ¿Es que todos mienten? No. Es que todos terminamos por elegirnos unas cuantas docenas de amigos, que son los únicos con los que verdaderamente hablamos, y concluimos que todos deben de pensar como nuestro circulito. Tienen que venir algunas experiencias dr