SAN RAMON NONATO

Permítanme venir a contarles una de esas historias medievales donde la santidad y el destino están entremezcladas. 

Corría el año 1200 este niño nacido en Portell, una pequeña localidad del sur de Hispania, concretamente en el reino de Aragon.

Su nombre real era Ramón de Peñafort. 
Su nacimiento fue particular, ya que llegó al mundo por cesárea, una práctica poco común para la época, con la particularidad de que fue extraído del útero de su madre cuando ella estaba muerta. Por este motivo adquirió su epíteto: Nonnatus (no nacido, en latín). 

Si su nacimiento ya había sido muestra de su vida, las virtudes colmaron a este joven, se hizo miembro de la orden de los Mercedarios, fundada por San Pedro Nolasco para el rescate de cautivos católicos en manos de musulmanes del Norte de África. 

Fue ordenado sacerdote en 1222, y luego fue superior en varias comunidades de la Orden de la Merced. 

Como redentor de cautivos viajó al norte de África, pagó rescate por varios prisioneros y, siguiendo el cuarto voto de estos religiosos, cuando se agotó el dinero que llevaba, se quedó como rehén a cambio de la liberación de otro cristiano.

 El magistrado principal, temiendo que si el santo moría no se pudiese obtener la suma estipulada por la libertad de los prisioneros a los que representaba, dio orden de que se le tratase más humanamente.

 Con ello, el santo pudo salir a la calle, lo que aprovechó para confortar y alentar a los cristianos y hasta llegó a convertir y bautizar a algunos mahometanos.

 Al saberlo, el gobernador le condenó a morir empalado, pero quienes estaban interesados en cobrar la suma del rescate consiguieron que se le conmutase la pena de muerte por la de flagelación. 

San Ramón no perdió por ello el valor, sino que prosiguió la tarea de auxiliar a cuantos se hallaban en peligro, sin dejar escapar la menor ocasión de ayudarlos.

Estando cautivo, sus carceleros musulmanes lo martirizaron perforando sus labios con hierro candente para colocarle un cerrojo en su boca e impedir su prédica, cuya llave guardaba él mismo y sólo la daba al carcelero a la hora de las comidas.
No le hizo falta, en sus manos se grabaron milagrosamente los Nombres de Jesús y María; sólo con levantarlas, ya predicaba.

 En esa angustiosa situación pasó San Ramón ocho meses, hasta que San Pedro Nolasco pudo finalmente enviar algunos miembros de su orden a rescatarle.  Fue rescatado por su orden y en 1239 retorna a España.

A su vuelta a España, en 1239, fue nombrado cardenal por Gregorio IX, pero permaneció tan indiferente a ese honor que no había buscado, que no cambió ni sus vestidos, ni su pobre celda del convento de Barcelona, ni su manera de vivir. 

El Papa le llamó más tarde a Roma. San Ramón obedeció, pero emprendió el viaje como el religioso más humilde.

 Dios dispuso que sólo llegase hasta Cardona, a unos diez kilómetros de Barcelona, donde le sorprendió una violenta fiebre que le llevó a la tumba. El santo tenía aproximadamente treinta y seis años cuando murió el 31 de agosto de 1240.

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