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EL JARRO DE ACEITUNAS.

Cuento de las mil y una noches. 

En los tiempos en que reinaba el sabio califa Haroun-al-Rachid, vivía en Bagdad un mercader llamado Alí Cojía, quien tuvo tres noches seguidas un sueño en el que se le apareció cierto anciano de aspecto grave y severo, reconviniéndole por no haber cumplido aún con la peregrinación a la Meca. Esta visión trastornó a Alí Cojía de tal modo, que fue vendiendo poco a poco sus muebles y las mercancías de su tienda, alquiló un almacén y, arreglados sus asuntos, se dispusoa salir en caravana hacia la ciudad santa de los mulsumanes. Lo único que le quedaba por hacer era guardar en un escondite una cantidad de mil monedas de oro que le sobraba despupés de aprontar lo que importaban los gastos del viaje. El mercader tomó un tarro, metió dentro el dinero, y acabó de llenarlo con aceitunas, tapandolo luego perfectamente.
Amigo, le dijo a, un compañero suyo, os ruego que me guardéis este tarro de aceitunas hasta mi vuelta.
Os prometo, le respondió el mercader, que al regresar lo contraréis en el mismo estado.
Partió la caravana, y All Cojía, con un camello cargado de algunos efectos que llevaba para comerciar, llegó felizmente a la Meca, donde, después de cumplir con los deberes religiosos de todo peregrino, expuso sus géneros para la venta. Pero le dijeron que éstos serian más apreciados en el Cairo, y Alí Cojía, sin echar
en saco roto la advertencia, se incorporó a la caravana que salia para Egipto. Hizo aquí buen negocio, compró nuevas mercancias, y dirigióse sucesivamente a Jerusalén y a Damasco, a Alepo, a Musul y a la mayor parte de las grandes ciudades de la India, comerciando siempre y’ deteniéndose mucho en todas ellas.
Siete años hacía que Alí saliera de Bagdad, cuando, al fin, determinó regresar a su patria.
Hasta entonces el mercader a. quienhabía confiado el tarro de aceitunas no se acordó siquiera de él, pero una noche estaba cenando, y su esposa. manifestó deseo de comer aceitunas; el mercader creyendo, después de tanto tiempo, que su compañero había muerto en la peregrinación, tomó una luz, fue en busca de las aceitunas y las encontró todas podridas. Quiso cerciorarse de si las del fondo estaban en el mismo estado, volcó el tarro y salió el oro con gran estrépito; el mercader, naturalmente codicioso volvió a colocar las cosas en el mismo estado al ocurrírsele cierta idea, y dijo a su mujer que las aceitunas estaban podridas y no se podían utilizar de modo alguno, ocultándole, por supuesto, el secreto que había descubierto. Pasó toda la noche en inventar el medio de apoderarse del oro de Alí Cojía, y casi al amanecer compró aceitunas frescas con las que llenó el tarro, después de guardar las monedas.
Llegó Ali de regreso de su viaje, y cuando se repuso un poco de las fatigas.de la caminata, fue a casade su amigo a rogarle que le devolviese el tarro de aceitunas.
Tomad la llave del almacén, dijo el otro, e id a recoger vuestro depósito, que hallaréis en el mismo sitio en que lo dejasteis.
En efecto, allí estaba, y Alí Cojía se lo llevó a su casa y vio con dolor que las monedas habian desaparecido, lo cual le causó un gran desengaño al convencerse de la infidelidad de su falso amigo. Volvió a casa de éste a decirle con templanza que sin duda en un apuro habría echado mano del dinero que había en el tarro; pero el mercader, lejos de confesar la verdad, negó que hubiese tomado las monedas, cuya existencia ignoraba de todo punto, según afirmó, puesto que Alí Cojía al marchar sólo le habló de aceitunas. Insistió Alí, el mercader repitió su negativa. en términos descorteses; la gente, a los gritos de ambos, se paraba ya delante del almacén, hasta que Alí Cojía, asiendo del brazo a su amigo desleal, le dijo que lo citaba ante la ley de Dios para ver si en presencia del Cadí se atrevía a negar su delito. Vamos alla y sabremos quién tiene razón, contestó el mercader, que a esta intimación no pudo ya oponer resistencia.
Una vez delante del Cadí, acusó Ali Cojía al mercader de haberle robado un depósito de mil monedas de oro con las circunstancias que acabamos de expresar: el mercader no hizo en su defensa sino repetir lo que había dicho ya a Alí Cojía, añadiendo que estaba pronto a jurar que era falso que hubiese tomado las monedas. Exigióle el Cadí el juramento, y como Alí no tenía testigos que justificasen su afirmación, el mercader fue absuelto libremente, de cuya sentencia protestó Alí Cojía, declarando que iba a acudir al Califa para que el criminal no quedase impune.
Mientras el mercader se retiraba triunfante a su casa, Alí Cojía fue a la suya a escribir un memorial que entregó al Califa a la entrada de la mezquita, y en seguida recibió una intimación para que se presentase en Palacio al día siguiente a la hora de audiencia,
Aquella misma noche salió el Califa disfrazado, en compañía de su gran Visir, a. hacer por la ciudad su ronda de costumbre, cuando oyó ruido a la puerta de una casa; apresuró el paso, y vio en el patio a diez o doce muchachos que jugaban a, la claridad de la luna. Sentóse el Califa a observar en un banco de piedra, y oyó que uno de los chicuelos decía:
Vamos a jugar al Cadí; yo lo seré y traedme a Alí Cojía y al mercader que le robó las mil monedas de oro.
Al escuchar estas palabras se acordó el Califa del memorial de aquella mañana, así es que puso toda su atención en oír el juicio del muchacho, cuyos compañeros aceptaron la propuesta del juego con apresuramiento, porque el asunto del mercader había hecho.mucho ruido en la ciudad. Elegidos dos chicos que iban a representar el papel de los contendientes, el supuesto Cadí preguntó con suma gravedad al muchacho que hacia de Alí ¿Qué es lo que pedis a este mercader? Respondió el otro con el relato del caso, defendiéndose el mercader en los términos que ya hemos dicho, porque el niño re pitió una por una sus palabras, y antes que prestase el juramento dijo al Cadí:
Para dictar la sentencia, necesito ver el tarro de las aceitunas. Aqui está, señor, repuso Alí Cojía, fingiendo que destapaba un tarro.
El Cadí supuso que probaba una, las celebró, y añadió después
Me parece que las aceitunas no debian estar tan buenas, puesto que hace siete años que se encuentran en el tarro. Que venga aquí para que las reconozca un vendedor de este fruto.
Presentóse un muchacho. ¿Cuanto tiempo le preguntó el Cadi, pueden conservarse en buen estado las aceitunas? Señor, al tercer año ya no valen nada y es preciso tirarlas.
Siendo así, mira ese tarro y dime cuánto tiempo hace que fueron puestas las aceitunas.
Muy pocos días, respondió el otro, después de probarlas, o de fingir que lo hacia.
Os engañais, -replicó el Cadi–. Ali Cojía asegura que las puso en la vasija hace ya siete años.
Las aceitunas -dijo el vendedor son de este año, y lo sostengo delante de todo el mundo.
El acusado quiso replicar, pero el Cadi no se lo permitió.,
Eres un ladrón, le dijo, y mando que te ahorquen inmediatamente.
Los niños aplaudieron con alegría la sentencia, arrojandose sobre el supuesto reo, como si le llevasen a ahorcar.
El Calífa estaba entretanto admirado de la sabiduria y talento del niño, y mandó al Visir que al día siguiente llevara al chico a Palacio, para que él mismo sentenciase el asunto en su presencia.
Avisa también, dijo al Visir, al que absolvió al mercader ladrón, a fin de que aprenda a tener experiencia, y dile a Alí Cojía que lleve el tarro en cuestión, y que vayan además dos vendedores de aceitunas a la audiencia.
así se ejecutó todo fielmente, no sin gran sobresalto de la madre del niño, la cual creyó que al ser llevado a Palacio de orden del Califa no volvería ya a verlo. Pero el Visir la tranquilizó cuanto pudo, asegurandole que no le inferiría ningún daño ni
perjuicio, y que el chico volvería al cabo de una hora. Vio el Califa que el niño estaba trémulo y asustado, y le dijo con cariñoso acento: Ven, hijo mío, acércate. ¿Eres tu quien juzgabas anoche el asunto de Ali Cojía y del mercader que le robó el dinero? Oi tu sentencia, y estoy satisfecho de ti.
El muchacho se mantuvo sereno y respondió que, en efecto, había sido él.
Pues bien, replicó el Califa, quiero que veas hoy al verdadero Alí Cojla y al mercader su contrario. Ven a. sentarte junto a mi.
El Califa tomó al niño de la mano, le sentó a su lado bajo el solio, y ordenó que se presentasen las partes.
Defended cada uno vuestra causa; este niño hará justicia, y si en algo falta, aqui.estoy para suplirle.
Hablaron uno tras otro Alí Cojía y el mercader, y cuando éste quiso jurar como lo habla hecho delante del Cadí, le dijo el niño que aguardase un poco, porque antes convenía ver las aceitunas.
Ali Cojía presentó el tarro, lo destapó, y el Califa probó una de las aceitunas; se acercaron los peritos para examinar el fruto y declararon que las aceitunas eran frescas y excelentes, por mas que Alí Cojía asegurase que hacía siete años que las había puesto dentro del tarro.
El acusado conoció que en la declaración de los peritos estaba su propia sentencia, y quiso hablar algo para sincerarse; pero el niño se guardó bien de mandarle ahorcar.
Miró al Califa y le dijo:
Señor, esto ya no es un juego, y a Vuestra Majestad corresponde únicamente condenar a muerte. Yo anoche lo hice por diversión y nada más.
Convencido el Califa de la culpabilidad del mercader, que ni aun se atrevía a. levantar los ojos del suelo, bajo el peso de la conciencia, lo entregó a los ejecutores de la justicia para que le ahorcaran, como así se verificó, luego que el reo hubo declarado el sitio en que había escondido las mil monedas de oro, que fueron devueltas a Ali Cojía.
Finalmente, el soberano, después de haber amonestado al Cadi que dio la primera sentencia, abrazó al niño delante de toda la Corte, e hizo que el gran Visir le acompañase hasta la casa de su madre, dándole un regalo de mil monedas de oro, en prenda
de admiración y de largueza

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