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EN CAMINO HACIA CRISTO

Caminar significa dejar un punto de partida, unas seguridades, quizá el propio hogar o la propia patria. En ocasiones, caminar es la consecuencia de quien reacciona ante el mal que agobia, y busca refugio en otra casa, en otra ciudad, en otro estado.

El cristiano vive en camino. Somos peregrinos, orientados a un encuentro definitivo, a un banquete en el que el Padre nos espera. Somos navegantes, que sienten la fuerza del mar y del viento, mientras anhelan la señal de un faro que indique la cercanía del puerto.

Pero el camino exige un modo de vida austero, puro, justo, bueno. No basta traer algo de ropa y de pertrechos. No basta un mapa de ruta más o menos claro. Hace falta una actitud interna abierta, generosa, disponible.

Con ella seremos capaces de superar voces de sirenas que nos tientan, que nos apartan de la meta, que nos aturden, que nos llevan incluso a la desconfianza.

Dios no es un ser extraño o una amenaza para el hombre, sino el que da pleno sentido a nuestra existencia, el que nos ofrece la salvación completa (cf. Benedicto XVI, exhortación “Verbum Domini”, n. 23). La vida humana no se comprende sin tener en cuenta el cielo hacia el que avanzamos poco a poco. Aquello que forma nuestra vida (penas, alegrías, esperanzas, fracasos) queda plenamente rescatado sólo por la acción de quien vino al mundo para iluminar a los ciegos, curar a los cojos, levantar a los caídos, dar esperanza a los oprimidos y encarcelados (cf. Lc 4,14-21).

Juan el Bautista levanta su voz en el desierto: el caminante tiene que estar listo para levantar valles y abajar montañas. Hay que dar frutos de justicia y de caridad (cf. Lc 3,1-18).

Estamos en camino, a la espera (Adviento) de una gran alegría: nace el Salvador, que es Cristo Señor (cf. Lc 2,8-10). El Esposo está por hacerse presente en el mundo. Es el momento de tomar el cayado y tener listo el vestido de bodas de las buenas obras. Es la hora de dar auténticos frutos de conversión, con un cambio profundo de vida, con una confesión bien hecha, con un propósito que nos aparte de males arraigados y nos introduzca, como peregrinos, en el mundo de la gracia y la esperanza.

P. Fernando Pascual LC

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