PREDICAR CON EL TESTIMONIO
La gran comisión dada por Jesús a todos los suyos, es ser portadores de
Hablar de El, no de nosotros. Hay predicadores más interesados en hablar de sí y de justificar su autoridad, que en anunciar la persona, la vida y el mensaje de Jesucristo. Jesús tenía autoridad porque hablaba. Su forma de enseñar mostraba su autoridad. Otros hablan porque tiene autoridad, pero sus palabras no pesan.
Un día San Francisco de Asís invitó al hermano León a predicar. Salieron del convento, recorrieron la plaza pública y luego regresaron. Entonces, el fraile preguntó: -¿A qué hora vamos a ir a predicar?
-Ya lo hicimos -le respondió Francisco-.
-Pero, si no hemos hablado...
-Si nos parecemos a Cristo, quienes nos vieron ya se quedaron pensando en El. Ya les predicamos con nuestro ejemplo, pues un hombre que está lleno de Dios lo comunica a todos...
Cuando un hombre de Dios habla, se percibe que tiene una autoridad que no se basa en su elocuencia ni en habilidades oratorias, sino que está respaldado por el poder del Espíritu. El Señor nos ha convocado para ser sus mensajeros. El quiere que seamos sus heraldos, que anunciemos las Buenas Nuevas del reino. Somos sus sembradores que esparcimos la semilla del Evangelio hasta los confines de la tierra. Ahora bien, si nos envió a predicar, necesitamos hacer bien nuestro trabajo. De manera profesional, usando todos los medios posibles para revestir dignamente el mensaje que portamos. La diferencia entre el éxito de las telenovelas y el fracaso de muchos predicadores consiste en que en las primeras se dicen grandes mentiras como si fueran verdades, y quienes predican suelen proclamar grandes verdades como si fueran mentiras. Por otro lado, muchos predicadores hablan de las cosas más bellas de manera tan tibia que no convencen a nadie. La nueva vida que presentan no es más atractiva que la otra. Se trata de hacer presente a Jesús, no solamente hablar de él. Lo más importante de la samaritana no fue cuando habló de Jesús, sino cuando lo hizo hablar de El. La meta de un evangelizador es recibir el elogio que los samaritanos hicieron a esta mujer: "Ya no creemos por tus palabras, sino porque nosotros mismos lo hemos visto y escuchado" (Jn 4, 42).
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