«La Palabra de Dios por excelencia es Jesucristo, hombre y Dios. El hijo eterno es la Palabra que desde siempre existe en Dios, por ella misma es Dios». Luego se recuerda, pues su importancia es total, el comienzo mismo del Evangelio de san Juan cuando dice que «En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios» (Jn 1:1)
Es asumido por todos que cuando se refiere, san Juan, a la «Palabra» lo hace refiriéndose a Jesucristo y, por eso, la misma Palabra era, es, Dios. Por lo tanto, tenemos, por así decirlo, un claro espejo dónde mirarnos y, por eso, una doctrina que seguir contenida en las Sagradas Escrituras (Antiguo y Nuevo Testamento) que son, por inspiración divina, trascripción de la voluntad de Dios para el hombre, su semejanza, y lugar donde se encuentra Cristo en potencia y, luego, en acto, respectivamente.
Decíamos arriba que, efectivamente, la Palabra de Dios, ha de influenciar nuestra existencia porque es la única forma y manera de dejarnos conducir por el camino recto que lleva al definitivo Reino de Dios y, además, nos hace ser fructíferos como la semilla que, cayendo en buena tierra, da mucho fruto (si es posible, hasta un 100%) Digamos que los apartados en los que se divide el Instrumentum laboris son tres: El misterio de Dios que nos habla, La Palabra de Dios en la vida de la Iglesia y, por último, La Palabra de Dios en la misión de la Iglesia.
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