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LA IRA

La ira, esa pasión arrebatadora, esa furia que de vez en cuando nos convierte en auténticas fieras. Aparentemente somos personas como los demás y ante un pequeño estímulo o una provocación, nos convertimos en auténticos salvajes. El pecado de la ira es una cuestión de grados. Es un movimiento, una reacción que puede indicar simplemente que estamos vivos y por lo tanto nos revelamos contra injusticias, amenazas o abusos.

Cuando el movimiento instintivo pasional de la ira se despierta, nos ciega, nos estupidiza y nos convierte en una especie de bestias obcecadas. Ese exceso es malo pero yo creo que un punto de cólera es necesario. Como en muchas cosas de la vida, con los pecados primero hay que tener la experiencia. Si eres una persona tan pacífica que nunca te has enfadado, aunque te describan mucho la ira, nunca la entenderás. Si eres justo te puedes sentir arrebatado por la ira, como me ocurre a mí de vez en cuando. Allí te toparás con el pecado. Y aunque consideres y busques motivos para la justicia de tu ira, es un estado que no te mejora, sino todo lo contrario: te empeora.

Hoy el mundo tiene una tendencia a la ira fácil. Cada vez son menores los niveles de paciencia y reflexión. Lo que veo peligroso es la posibilidad de que en algún momento se conjugue la ira con el razonamiento, y que se concrete un mix que respalde lo que algunos llaman la ira razonada, lo que es un contrasentido, pero que puede ser una base riesgosa para justificar cualquier acción con la excusa de "aquí no hay otra manera de hacer las cosas". 


Los días de furia

En el cristianismo se considera a la ira como el producto de "un apetito desordenado de venganza". Para que la ira se transforme en pecado es imprescindible que exista el desorden, lo contrario a la razón, sino no se lo catalogará como pecaminoso. Se considera que existe una ira buena que es la que tiende a suprimir el mal y reestablecer el bien.

Los que somos coléricos por naturaleza no llevamos la ira a un nivel destructivo. Pero las personas que tienen un umbral de ira muy alto, se van cargando, sin dar señales hasta que al final la última gota rebasa la copa y estrangulan al portero cuando bajan a la calle o al primer individuo que se les cruza. Entonces comienzan las preguntas de los vecinos que dicen "¿cómo ha podido ser, si era una persona tan tranquila?" Con alguien de mal carácter hubiese sido distinto, todos hubieran estado prevenidos.

No hay por qué tolerar el enfado gratuito de los otros, pero no hay nada peor que el que va echando en su mochila todo lo que le causa fastidio hasta que se rompen las costuras y ocurre un desastre. Es más controlable la persona de habitual mal genio que aquella que pierde los nervios ocasionalmente, como el personaje de Michael Douglas en la película Un día de furia. El individuo iracundo busca defectos en forma permanente, tropieza con la gente, dando gritos y creando situaciones incómodas, pero a su vez tiene un límite. Si lo ves venir lo evitas. En cambio aquel que está con un aire amable, de pronto pega un rugido y te salta al cuello. Esa es la ira que no hay manera de controlar.


La ira buena, la ira mala

La ira puede ser un motor para poner en marcha a las personas. Si te pones a reflexionar sobre el hambre en el mundo y llegas a la conclusión de que se trata de una situación indignante, intolerable para una persona decente, tal vez por el camino de la razón no movilices a mucha gente. Pero si argumentas poniendo una película de un gordo seboso, arrebatando un pedazo de pan a un niño famélico, la gente sentirá tal indignación que es capaz de echarse a la calle para impedir que eso ocurra.

La ira por sí sola como sublevación ante abusos e injusticias rara vez logra resolverlos. La puesta en marcha de la ira es imprescindible para buscar una solución y debe estar acompañada por momentos de calma que permitirán pensar cómo encontrar el camino.  Estas situaciones deberían manejarse por la vía de la reflexión, sin necesidad de ilustraciones patéticas. Los líderes que quieren controlar la masa, intentan despertar y manipular su indignación. Por ejemplo: el proceso para que las mayorías respalden las guerras, pasa por crear una figura diabólica del enemigo, es decir, cargarse de razón.



Cuando hablamos de un dios colérico, nos referimos sobre todo al del Antiguo Testamento. Pero recordemos que Cristo incluso se lió a latigazos en el templo con los comerciantes. Fue algo intemperante por parte de aquel señor, teniendo en cuenta que los pobres mercaderes poseían todos sus permisos en regla; ninguno era vendedor ambulante ilegal. Además, se habrán preguntado por la ira de Jesús, que ni siquiera era inspector. Sin embargo ese gesto descontrolado es considerado como un ejemplo de Santa Cólera.

También se cree que una sociedad que no siente repulsión por ciertos y determinados actos, está baja de defensas. Por supuesto que una comunidad que llama "terrorismo" el que no se respeten los semáforos, está enferma de paranoia. Pero claro, si esa sociedad permite que niños de siete años sean martirizados en el trabajo infantil, o que sus conciudadanos estén amenazados de muerte por haberse expresado en un periódico, eso es también una actitud enfermiza.
 

Casi siempre la ira es explosiva, apasionada, incluso trasladándose a conductas masivas. Por ejemplo, 500.000 personas en las calles de Madrid protestando por la invasión de Bush a Irak, parecían muchos individuos, pero la realidad era que había otros cuatro millones que no fueron tomadas por la ira y no salieron a la calle. Lo cierto es que son más vistosos los que toman una ciudad.

Pero lo que también ocurre es que los estallidos de ira colectiva suelen mostrarse como una simple celebración deportiva. La comparación vale porque cuando los simpatizantes de un determinado equipo de fútbol, ven que su mejor jugador ha hecho un partido horrible, todo es indignación y odio contra el hombre. Pero si marca un gol apenas comenzado el siguiente encuentro, el odio de la multitud se transforma en una adoración hacia el héroe. Es decir, que la experiencia del gran sentimiento compartido, pasa del espanto al amor sin solución de continuidad.

Lo que se opone a la ira es la paciencia. Yo soy poco paciente, pero creo que a medida que pasan los años, uno gana en realismo, ya que las virtudes no son más que distintas formas de realismo. Mientras que los vicios son simplemente el producto de una mirada poco realista. En ellos uno se considera más importante que los hechos mismos y que lo que puede producir en terceros. Con los años alcanzas a conocer tus verdaderas fuerzas en la vida, y hasta donde puedes llegar. Pero en verdad soy consciente, de que una de mis virtudes no es la paciencia, aunque yo no le guardo rencor a nadie. Infinidad de veces he regañado con distintas personas y cuando con el tiempo me los encuentro en la calle los saludo con total afecto. Claro que en estos casos no sé si no soy rencoroso o simplemente tengo problema de falta de memoria.

Lo mismo me ocurre cuando escribo algunos artículos. Llego hasta el ordenador en estado de incendio sobre tal o cual cosa. La experiencia me ha enseñado que debo pararme, esperar dos o tres días y escribir a caballo de la razón y no de la ira. Aunque con la ira seguramente me saldría algo más divertido para el lector.

También existe una paciencia constructiva, que tiene que ver con la conciencia de que muchas cosas no se pueden cambiar de hoy para mañana. Por lo tanto, si creo que el sistema financiero es abusivo, mejor que quemar los bancos con los banqueros adentro, voy a tratar de gestionar que un partido político proponga medidas y leyes que reestructuren sus funciones para que sean más útiles al conjunto de la sociedad. Seguramente esto me va a llevar más tiempo, pero va a ser más eficaz que poner una bomba en el club volando a todos los plutócratas. La paciencia es constructiva cuando aplaza una reacción virulenta, hasta tener mejores caminos para ejercerla. Claro, que si la paciencia es simplemente apatía o resignación frustrada puede ser, en ocasiones, peor que la ira.

La paciencia es operativa cuando piensas que la espera, finalmente, va a llevar a que puedas intervenir en el cambio de circunstancias y mejorar la situación. Pero en el momento en que pierdes la esperanza de lograr un cambio, entras en el peor de los mundos.

Los que siempre están impacientes son los jóvenes. En ellos la frase característica es: "esto no puede ser", pero la verdad es que puede ser porque es, y todo lo que es, es porque puede ser. En estos casos lo que deberíamos hacer es intentar arreglarlo, pero no verlo como una alteración del orden del universo, porque todas las cosas que ocurren por atroces que sean, pueden ser y son. Esto no quiere decir que nos resignemos, y si el problema dura diez segundos, años o meses, puede durar otros diez, lo que debemos hacer en esos plazos es intentar resolver la dificultad.

Yo recuerdo a un paciente profesor de Hispánica que tuve en el primer año de la facultad. Daba unas clases de literatura que no me interesaban en lo más mínimo. El tema de la materia me encantaba, pero en sus manos era la más aburrida del mundo. Sin embargo, me enseñó algo extraordinariamente útil, porque desde el primer día se empeñó en que teníamos, sin ninguna posibilidad de excusas, que aprender a escribir a máquina. Insistió, insistió con toda su paciencia, algo que a mí me parecía agobiante, hasta que me compré una maquinita de escribir y aprendí con los tres dedos. Entonces a este hombre, de cuyas clases no me acuerdo absolutamente nada, le debo una de las cosas más útiles que he aprendido en mi vida
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FERNANDO SAVATER. 

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