LLANTO POR IGNACIO SANCHEZ MEJIAS

La Elegía es un subgénero de la poesía lírica que designa por lo general a todo poema de lamento, aunque en su origen no era necesariamente así, como demuestran las elegías de los poetas griegos arcaicos. La actitud elegíaca consiste en lamentar cualquier cosa que se pierde: la ilusión, la vida, el tiempo, un ser querido y un largo etcétera. La elegía funeral (también llamada endecha o planto, en la Edad Media) adopta la forma de un poema de duelo por la muerte de un personaje público o un ser querido, y no ha de confundirse con el epitafio o epicedio, que son inscripciones ingeniosas y lapidarias que se inscribían en los monumentos funerarios, más emparentados con el epigrama, otro género lírico. Aqui una Elegia:

LLANTO POR IGNACIO SANCHEZ MEJIAS(1934)

"En 1934 muere en su traje de luces Ignacio Sánchez Mejías, torero muy famoso, amigo del poeta y mecenas del mundo artístico de Madrid, matado por una cogida del toro(Gangrena). Algunos meses después, García Lorca compone el "Llanto por Ignacio Sánchez Mejías".

La cogida y la muerte 

A las cinco de la tarde. 

Eran las cinco en punto de la tarde. 

Un niño trajo la blanca sábana 
a las cinco de la tarde. 

Una espuerta de cal ya prevenida 
a las cinco de la tarde. 

Lo demás era muerte y sólo muerte 
a las cinco de la tarde. 

El viento se llevó los algodones 
a las cinco de la tarde. 

Y el óxido sembró cristal y níquel 
a las cinco de la tarde. 

Ya luchan la paloma y el leopardo 
a las cinco de la tarde. 

Y un muslo con un asta desolada 
a las cinco de la tarde. 

Comenzaron los sones del bordón 
a las cinco de la tarde. 

Las campanas de arsénico y el humo 
a las cinco de la tarde. 

En las esquinas grupos de silencio 
a las cinco de la tarde. 

¡Y el toro, solo corazón arriba! 
a las cinco de la tarde. 

Cuando el sudor de nieve fue llegando 
a las cinco de la tarde, 

cuando la plaza se cubrió de yodo 
a las cinco de la tarde, 

la muerte puso huevos en la herida 
a las cinco de la tarde. 

A las cinco de la tarde. 

A las cinco en punto de la tarde. 

Un ataúd con ruedas es la cama 
a las cinco de la tarde. 

Huesos y flautas suenan en su oído 
a las cinco de la tarde. 

El toro ya mugía por su frente 
a las cinco de la tarde. 

El cuarto se irisaba de agonía 
a las cinco de la tarde. 

A lo lejos ya viene la gangrena 
a las cinco de la tarde. 

Trompa de lirio por las verdes ingles 
a las cinco de la tarde. 

Las heridas quemaban como soles 
a las cinco de la tarde, 

y el gentío rompía las ventanas 
a las cinco de la tarde. 

A las cinco de la tarde. 

¡Ay qué terribles cinco de la tarde! 
¡Eran las cinco en todos los relojes! 
¡Eran las cinco en sombra de la tarde!


La sangre derramada. 

¡Que no quiero verla! 

Dile a la luna que venga, 
que no quiero ver la sangre 
de Ignacio sobre la arena. 

¡Que no quiero verla! 

La luna de par en par, 
caballo de nubes quietas, 
y la plaza gris del sueño 
con sauces en las barreras 

¡Que no quiero verla¡ 

Que mi recuerdo se quema. 
¡Avisad a los jazmines 
con su blancura pequeña! 

¡Que no quiero verla! 

La vaca del viejo mundo 
pasaba su triste lengua 
sobre un hocico de sangres 
derramadas en la arena, 
y los toros de Guisando, 
casi muerte y casi piedra, 
mugieron como dos siglos 
hartos de pisar la tierra. 

No. 

¡Que no quiero verla! 

Por las gradas sube Ignacio 
con toda su muerte a cuestas. 
Buscaba el amanecer, 
y el amanecer no era. 
Busca su perfil seguro, 
y el sueño lo desorienta. 
Buscaba su hermoso cuerpo 
y encontró su sangre abierta. 
¡No me digáis que la vea! 
No quiero sentir el chorro 
cada vez con menos fuerza; 
ese chorro que ilumina 
los tendidos y se vuelca 
sobre la pana y el cuero 
de muchedumbre sedienta. 
¡Quién me grita que me asome! 
¡No me digáis que la vea! 
No se cerraron sus ojos 
cuando vio los cuernos cerca, 
pero las madres terribles 
levantaron la cabeza. 
Y a través de las ganaderías, 
hubo un aire de voces secretas 
que gritaban a toros celestes, 
mayorales de pálida niebla. 
No hubo príncipe en Sevilla 
que comparársele pueda, 
ni espada como su espada, 
ni corazón tan de veras. 
Como un rio de leones 
su maravillosa fuerza, 
y como un torso de mármol 
su dibujada prudencia. 
Aire de Roma andaluza 
le doraba la cabeza 
donde su risa era un nardo 
de sal y de inteligencia. 
¡Qué gran torero en la plaza! 
¡Qué gran serrano en la sierra! 
¡Qué blando con las espigas! 
¡Qué duro con las espuelas! 
¡Qué tierno con el rocío! 
¡Qué deslumbrante en la feria! 
¡Qué tremendo con las últimas 
banderillas de tiniebla! 
Pero ya duerme sin fin. 
Ya los musgos y la hierba 
abren con dedos seguros 
la flor de su calavera. 
Y su sangre ya viene cantando: 
cantando por marismas y praderas, 
resbalando por cuernos ateridos 
vacilando sin alma por la niebla, 
tropezando con miles de pezuñas 
como una larga, oscura, triste lengua, 
para formar un charco de agonía 
junto al Guadalquivir de las estrellas. 
¡Oh blanco muro de España! 
¡Oh negro toro de pena! 
¡Oh sangre dura de Ignacio! 
¡Oh ruiseñor de sus venas! 
No. 

!Que no quiero verla! 

Que no hay cáliz que la contenga, 
que no hay golondrinas que se la beban, 
no hay escarcha de luz que la enfríe, 
no hay canto ni diluvio de azucenas, 
no hay cristal que la cubra de plata. 
No. 

!Yo no quiero verla!

Cuerpo presente. 

La piedra es una frente donde los sueños gimen 
sin tener agua curva ni cipreses helados. 
La piedra es una espalda para llevar al tiempo 
con árboles de lágrimas y cintas y planetas. 

Yo he visto lluvias grises correr hacia las olas 
levantando sus tiernos brazos acribillados, 
para no ser cazadas por la piedra tendida 
que desata sus miembros sin empapar la sangre. 

Porque la piedra coge simientes y nublados, 
esqueletos de alondras y lobos de penumbra; 
pero no da sonidos, ni cristales, ni fuego, 
sino plazas y plazas y otras plazas sin muros. 

Ya está sobre la piedra Ignacio el bien nacido. 
Ya se acabó; ¿qué pasa? Contemplad su figura: 
la muerte le ha cubierto de pálidos azufres 
y le ha puesto cabeza de oscuro minotauro. 

Ya se acabó. La lluvia penetra por su boca. 
El aire como loco deja su pecho hundido, 
y el Amor, empapado con lágrimas de nieve 
se calienta en la cumbre de las ganaderías. 

¿Qué dicen? Un silencio con hedores reposa. 
Estamos con un cuerpo presente que se esfuma, 
con una forma clara que tuvo ruiseñores 
y la vemos llenarse de agujeros sin fondo. 

¿Quién arruga el sudario? ¡No es verdad lo que dice! 
Aquí no canta nadie, ni llora en el rincón, 
ni pica las espuelas, ni espanta la serpiente: 
aquí no quiero más que los ojos redondos 
para ver ese cuerpo sin posible descanso. 

Yo quiero ver aquí los hombres de voz dura. 
Los que doman caballos y dominan los ríos; 
los hombres que les suena el esqueleto y cantan 
con una boca llena de sol y pedernales. 

Aquí quiero yo verlos. Delante de la piedra. 
Delante de este cuerpo con las riendas quebradas. 
Yo quiero que me enseñen dónde está la salida 
para este capitán atado por la muerte. 

Yo quiero que me enseñen un llanto como un río 
que tenga dulces nieblas y profundas orillas, 
para llevar el cuerpo de Ignacio y que se pierda 
sin escuchar el doble resuello de los toros. 

Que se pierda en la plaza redonda de la luna 
que finge cuando niña doliente res inmóvil; 
que se pierda en la noche sin canto de los peces 
y en la maleza blanca del humo congelado. 

No quiero que le tapen la cara con pañuelos 
para que se acostumbre con la muerte que lleva. 
Vete, Ignacio: No sientas el caliente bramido. 
Duerme, vuela, reposa: ¡También se muere el mar!



Alma ausente 

No te conoce el toro ni la higuera, 
ni caballos ni hormigas de tu casa. 
No te conoce el niño ni la tarde 
porque te has muerto para siempre. 

No te conoce el lomo de la piedra, 
ni el raso negro donde te destrozas. 
No te conoce tu recuerdo mudo 
porque te has muerto para siempre. 

El otoño vendrá con caracolas, 
uva de niebla y monjes agrupados, 
pero nadie querrá mirar tus ojos 
porque te has muerto para siempre. 

Porque te has muerto para siempre, 
como todos los muertos de la Tierra, 
como todos los muertos que se olvidan 
en un montón de perros apagados. 

No te conoce nadie. No. Pero yo te canto. 
Yo canto para luego tu perfil y tu gracia. 
La madurez insigne de tu conocimiento. 
Tu apetencia de muerte y el gusto de tu boca. 
La tristeza que tuvo tu valiente alegría. 
Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, 
un andaluz tan claro, tan rico de aventura. 
Yo canto su elegancia con palabras que gimen 
y recuerdo una brisa triste por los olivos.


Comentarios

Anónimo dijo…
hola guapito
como estas?
siempre si te desidiste a escribir, me da gusto por ti jejejeje, no se xk no kerias escribir pero sabes te agradezco de corazon k te hayas animado a muchos nos hace bien lo k escribes al menos nos enseñas algo nuevo bueno conmigo si pasa gracias jejejejejejejejejjee
que estes bien
te deseo lo mejor
cuidate mucho
besitos
cris



tqm

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