JESUS , MI MODELO
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Domingo Vásquez, C.Ss.R.
He meditado mis rasgos y me he dado cuenta que éstos son muy diferentes a los tuyos. Por eso he levantado la mirada hacia Ti, para que motive mi fe y la lleve a la perfección (Hb 12,2). Yo soy uno de aquellos que no te han visto y, sin embargo, te aman y creen en Ti. Por eso siento ¡una tremenda alegría! (1Pe 1,8), la cual no podría expresar con palabras.
Aquí estoy Señor, dispuesto a seguirte, para ir a anunciarte a otros (Jn 1,40). Dame la fuerza necesaria para poder proclamar tu Buena Noticia a los pobres, como Tú dijiste de Ti mismo (Lc 4, 18).
Aunque no he estado contigo desde el principio, quiero hablar en tu favor. “Lo que he visto y oído” sobre Ti quiero darlo a conocer a los demás (1Jn 1,3).
Dame la oportunidad de tener tu pensamiento (1 Cor 2, 16). Dame la gracia de sentir con tus sentimientos (Rom 15,3), de actuar con los sentimientos de tu corazón, para amar como Tú amas al Padre (Jn 14,31) y así como nos amas a cada uno de nosotros, hasta el extremo (Jn 13,1).
Nadie más ha tenido mayor amor que Tú. Tú mismo dijiste: “No hay amor más grande que éste: dar la vida por sus amigos” (Jn 15, 13) y Tu diste la vida por tus amigos, muriendo en una cruz (Fil 2,8). Dame las fuerzas necesarias para entregar mi vida, en el día a día (Lc 9,23), actuando en lo posible, con tu misma disposición, tomando la condición de servidor (Fil 2,7). No haciendo las cosas para recibir alabanzas o por vanagloria, porque esto no me serviría de nada (1 Cor 13,3), sino estimando y tratando a los demás como superiores a mí (Fil 2,3-4).
Enséñame el modo de tratar a los amigos, como Tú trataste a los discípulos, yo quiero tratar a mis amigos con la delicadeza que Tú trataste a los tuyos (Jn 21,14-15), por ejemplo: preparándoles comida en el lago de Tiberíades (Jn 21,9-13) o lavándoles los pies (Jn 13,4.5). Enséñame a amar, para poder poner en práctica tu mandamiento sobre el amor (Jn 15,17), porque si yo no tengo amor, nada soy (cfr. 1 Cor 13). Yo quiero estar afianzado en el amor (Col 2,2).
En el trato con los demás quiero estar lleno de bondad y amor y deseos de servirles siempre (Mc 10,43), siguiendo tu ejemplo, que viniste para servir (Mt 20,28). Quiero ser atento y acogedor con los demás (Rom 15,7; Lc 9,10).
Permíteme un amplio conocimiento sobre la vida humana, para que mis prédicas, mis discursos y mis escritos estén al alcance de los humildes y sencillos, aquellos que Tú tanto amas. Dame esa vida abundante que Tú viniste a traer (Jn 10, 10) y dame la gracia para yo poderla compartir con los demás.
Que yo pueda ser como Tú, que vas sembrando amistad con todos (Jn 15,15), especialmente con tus amigos predilectos (Jn 13,23) o aquella familia de Betania (Lázaro, Marta y María) que Tu querías mucho (Jn 11,5) y llenando de alegría con tu presencia una fiesta familiar (Jn 2, 1-11).
Te pido, Señor Jesús, que me enseñes a mirar con cariño y ternura, como Tú miraste a Pedro cuando lo llamaste (Jn 1,42; Mt 16,18; Mc 1,17) o para levantarlo (Lc 22,61) o la mirada que le diste al joven rico, aquel que no quiso seguirte (Mc 21,10) o como levantaste los ojos para fijarte compasivamente en aquella muchedumbre que venía hacia Ti (Mc 3,34; 5,31; 10,23; 6,34; Mt 14,14; Jn 6,5). También enojado y con ira cuando miras a los insinceros (Mc 3,5) o cuando pronunciaste las maldiciones sobre los ricos, los poderosos y los satisfechos (Lc 6,24-26). Quiero aprender de Ti, siguiendo tu ejemplo, de total entrega de amor al Padre y a los seres humanos, especialmente a los pobres, sintiéndome puesto contigo, cerca de Ti y enviado por Ti (Mc 3,14).
Si, Señor, llamado por ti para estar contigo y para enviarme a predicar con poder. Quiero ser enviado para ir y producir mucho fruto que permanezca, porque “en esto ha sido glorificado mi Padre: en que den fruto y sean mis discípulos” (Jn 15, 16).
Señor, enséñame a orar, como Juan enseñó a sus discípulos (Mc 11, 1), porque estoy conciente como nos enseño nuestro fundador: “Hay que orar, orar más, orar mejor, orar siempre y no cansarse nunca de orar”.
Dame esa gracia, también a mi Congregación, la gracia de tener tu mismo pensamiento y sentimientos, para poder proceder de acuerdo a tu espíritu.
Quiero identificarme contigo, con tu Evangelio, tus bienaventuranzas (Mt 5, 2-12; Lc 6, 20-26), tu servicio a los pobres y necesitados, como lo soñó nuestro fundador, Alfonso María de Ligorio: Vivir la alegría de la pobreza. “Les recomiendo, la alegría de la pobreza –decía San Alfonso-, para que cada uno se contente con lo necesario, como limosna recibida del Creador”.
Ayúdame a tener respeto absoluto a la grandeza del pobre, como nos dijo San Alfonso: “En las misiones procuremos por todos los medios ser corteses con quienes nos acogen. Hablemos con gran respeto y sin herir a nadie, pues a todos hay que tratar con amor y mansedumbre, pero más todavía a la gente popular”.
Te estoy pidiendo mucho, no te me vayas a cansar, esta es la última petición, enséñame a dar gratuitamente aquello que gratuitamente yo he recibido (Mt 10,8).
Autor: P. Domingo Vásquez, C.Ss.R.
He meditado mis rasgos y me he dado cuenta que éstos son muy diferentes a los tuyos. Por eso he levantado la mirada hacia Ti, para que motive mi fe y la lleve a la perfección (Hb 12,2). Yo soy uno de aquellos que no te han visto y, sin embargo, te aman y creen en Ti. Por eso siento ¡una tremenda alegría! (1Pe 1,8), la cual no podría expresar con palabras.
Aquí estoy Señor, dispuesto a seguirte, para ir a anunciarte a otros (Jn 1,40). Dame la fuerza necesaria para poder proclamar tu Buena Noticia a los pobres, como Tú dijiste de Ti mismo (Lc 4, 18).
Aunque no he estado contigo desde el principio, quiero hablar en tu favor. “Lo que he visto y oído” sobre Ti quiero darlo a conocer a los demás (1Jn 1,3).
Dame la oportunidad de tener tu pensamiento (1 Cor 2, 16). Dame la gracia de sentir con tus sentimientos (Rom 15,3), de actuar con los sentimientos de tu corazón, para amar como Tú amas al Padre (Jn 14,31) y así como nos amas a cada uno de nosotros, hasta el extremo (Jn 13,1).
Nadie más ha tenido mayor amor que Tú. Tú mismo dijiste: “No hay amor más grande que éste: dar la vida por sus amigos” (Jn 15, 13) y Tu diste la vida por tus amigos, muriendo en una cruz (Fil 2,8). Dame las fuerzas necesarias para entregar mi vida, en el día a día (Lc 9,23), actuando en lo posible, con tu misma disposición, tomando la condición de servidor (Fil 2,7). No haciendo las cosas para recibir alabanzas o por vanagloria, porque esto no me serviría de nada (1 Cor 13,3), sino estimando y tratando a los demás como superiores a mí (Fil 2,3-4).
Enséñame el modo de tratar a los amigos, como Tú trataste a los discípulos, yo quiero tratar a mis amigos con la delicadeza que Tú trataste a los tuyos (Jn 21,14-15), por ejemplo: preparándoles comida en el lago de Tiberíades (Jn 21,9-13) o lavándoles los pies (Jn 13,4.5). Enséñame a amar, para poder poner en práctica tu mandamiento sobre el amor (Jn 15,17), porque si yo no tengo amor, nada soy (cfr. 1 Cor 13). Yo quiero estar afianzado en el amor (Col 2,2).
En el trato con los demás quiero estar lleno de bondad y amor y deseos de servirles siempre (Mc 10,43), siguiendo tu ejemplo, que viniste para servir (Mt 20,28). Quiero ser atento y acogedor con los demás (Rom 15,7; Lc 9,10).
Permíteme un amplio conocimiento sobre la vida humana, para que mis prédicas, mis discursos y mis escritos estén al alcance de los humildes y sencillos, aquellos que Tú tanto amas. Dame esa vida abundante que Tú viniste a traer (Jn 10, 10) y dame la gracia para yo poderla compartir con los demás.
Que yo pueda ser como Tú, que vas sembrando amistad con todos (Jn 15,15), especialmente con tus amigos predilectos (Jn 13,23) o aquella familia de Betania (Lázaro, Marta y María) que Tu querías mucho (Jn 11,5) y llenando de alegría con tu presencia una fiesta familiar (Jn 2, 1-11).
Te pido, Señor Jesús, que me enseñes a mirar con cariño y ternura, como Tú miraste a Pedro cuando lo llamaste (Jn 1,42; Mt 16,18; Mc 1,17) o para levantarlo (Lc 22,61) o la mirada que le diste al joven rico, aquel que no quiso seguirte (Mc 21,10) o como levantaste los ojos para fijarte compasivamente en aquella muchedumbre que venía hacia Ti (Mc 3,34; 5,31; 10,23; 6,34; Mt 14,14; Jn 6,5). También enojado y con ira cuando miras a los insinceros (Mc 3,5) o cuando pronunciaste las maldiciones sobre los ricos, los poderosos y los satisfechos (Lc 6,24-26). Quiero aprender de Ti, siguiendo tu ejemplo, de total entrega de amor al Padre y a los seres humanos, especialmente a los pobres, sintiéndome puesto contigo, cerca de Ti y enviado por Ti (Mc 3,14).
Si, Señor, llamado por ti para estar contigo y para enviarme a predicar con poder. Quiero ser enviado para ir y producir mucho fruto que permanezca, porque “en esto ha sido glorificado mi Padre: en que den fruto y sean mis discípulos” (Jn 15, 16).
Señor, enséñame a orar, como Juan enseñó a sus discípulos (Mc 11, 1), porque estoy conciente como nos enseño nuestro fundador: “Hay que orar, orar más, orar mejor, orar siempre y no cansarse nunca de orar”.
Dame esa gracia, también a mi Congregación, la gracia de tener tu mismo pensamiento y sentimientos, para poder proceder de acuerdo a tu espíritu.
Quiero identificarme contigo, con tu Evangelio, tus bienaventuranzas (Mt 5, 2-12; Lc 6, 20-26), tu servicio a los pobres y necesitados, como lo soñó nuestro fundador, Alfonso María de Ligorio: Vivir la alegría de la pobreza. “Les recomiendo, la alegría de la pobreza –decía San Alfonso-, para que cada uno se contente con lo necesario, como limosna recibida del Creador”.
Ayúdame a tener respeto absoluto a la grandeza del pobre, como nos dijo San Alfonso: “En las misiones procuremos por todos los medios ser corteses con quienes nos acogen. Hablemos con gran respeto y sin herir a nadie, pues a todos hay que tratar con amor y mansedumbre, pero más todavía a la gente popular”.
Te estoy pidiendo mucho, no te me vayas a cansar, esta es la última petición, enséñame a dar gratuitamente aquello que gratuitamente yo he recibido (Mt 10,8).
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