HERIDAS LIMPIAS

En medicina, existen las “heridas limpias", aunque no significa “sin sangre”. En cirugía o medicina, una herida limpia es aquella que se produce en condiciones controladas y asépticas, donde no hay contaminación bacteriana ni tejidos muertos y donde la estructura dañada es mínima (por ejemplo, una incisión quirúrgica bien hecha). Puede sangrar, sí, pero su sangrado es predecible y controlado, y la reparación del tejido ocurre con menos riesgo de infección y una cicatriz más discreta.
En contraste, una herida sucia o contaminada tiene bordes irregulares, suciedad, infección, o tejido desvitalizado: su curación es más incierta y puede dejar marcas más visibles.
En relaciones humanas: ¿existen las “heridas limpias”? Si hacemos la analogía, una ruptura limpia sería aquella en la que ambas partes reconocen que la relación ha llegado a su fin, hay claridad, honestidad y respeto, no quedan resentimientos, mentiras ni manipulación y se permite que la otra persona (y uno mismo) cicatrice sin volver a abrir la herida. ¿Existe algo así?
Tal vez sí, pero yo no lo conozco; eso hablaría de dos seres humanos con alta inteligencia y emociones contenidas. Para el resto de nosotros no pasará porque aquí entra algo más complejo: las emociones humanas no son asépticas. Aunque se actúe con cuidado, siempre hay una parte de ruptura que duele, porque el vínculo afectivo no se puede “suturar” sin sentir. Las relaciones, a diferencia de la piel, no se regeneran iguales: dejan memoria, aprendizaje, o incluso sensibilidad distinta en el “tejido emocional”.

HERIDAS LIMPIAS
En medicina llaman herida limpia
a aquella que, aunque corta, no se contamina.
El corte es con intención, no con rabia ni miedo;
hay sangre, pero también precisión.
Se abre lo justo para sanar.
En las relaciones humanas, decimos a veces
“fue una ruptura limpia”,
como si el amor pudiera desinfectarse,
como si el alma tuviera su propio quirófano.
Pero el cuerpo del afecto
no conoce bisturís estériles:
solo manos que tiemblan y que intentan no dañar más de lo necesario.
Hay rupturas que sangran lento,
que arden sin infección,
y otras que supuran mentiras, silencio o orgullo.
Algunas cicatrizan con sutura fina,
otras dejan bordes irregulares
donde el recuerdo aún respira.
Tal vez no existan rupturas limpias,
solo finales cuidados,
donde se acepta la herida
y se le da el tiempo justo para cerrar.
Y cuando la piel del alma vuelve a sellarse,
queda una línea —leve, visible—
que no duele,
pero recuerda que ahí,
una vez, algo fue abierto por amor.


DIAGNÓSTICO
Informe de la ruptura.
El vínculo presenta daño profundo
en los tejidos de la confianza.
No hubo trauma externo,
solo una fractura por fatiga emocional:
el corazón repitió el movimiento de amar... hasta que falló.
Se intentó terapia de contención,
dosis de silencio,
apósitos de distancia.
El paciente mostró resistencia al cierre,
buscando tu voz como analgésico.
El latido de la memoria
registra picos irregulares
cuando pronuncio su nombre.
No hay arritmia mortal,
solo un eco... que no sabe irse.
El psiquismo desarrolla mecanismos de defensa:
racionalización, sublimación, negación,
todo el manual de supervivencia afectiva.
Pero la herida no responde a placebo.
Tu ausencia,
como virus latente,
se reactiva en los sueños.
Recomendaciones:
evitar el deseo,
rehidratación con nuevas miradas,
y evitar revisar el expediente.
Pronóstico final:
cicatriz funcional,
memoria crónica,
paciente estable,
aunque con nostalgia residual
en cada examen del alma.


TRATAMIENTO
El proceso evoluciona favorablemente.
Los signos vitales del afecto
se estabilizan en rangos de madurez.
Ya no hay inflamación del recuerdo,
ni fiebre de deseo.
El pulso responde con calma
ante estímulos antiguos.
Las suturas del silencio se retiraron sin dolor;
la piel del alma cerró por segunda intención,
sin infección ni rechazo.
El tejido nuevo —más fuerte, menos ingenuo—
ha tomado bien.
Se suspenden terapias intensivas:
ya no se requiere vigilancia nocturna,
ni esperar nada.
El paciente puede caminar solo
por los pasillos del futuro.
Observación del especialista:
la cicatriz es visible, sí,
pero no es una falla:
es evidencia de reparación.
Una línea firme, sin tensión,
que demuestra resistencia y aprendizaje.
El alta se concede con nota de mérito:
superó el duelo,
aceptó la pérdida,
integró la herida en su biografía.
Conclusión:
no hay recaídas previstas.
El amor, aunque amputado,
no deja al cuerpo incompleto.
La ausencia fue tratada,
la memoria esterilizada,
y el alma —
contra todo pronóstico—
ha sobrevivido al procedimiento.



Al final diríamos que existe una ruptura cuidada, más que una limpia.
Una donde el daño no se niega, pero tampoco se agrava. Donde el dolor sangra lo necesario —no por negligencia, sino por humanidad—.
Y donde la cicatriz, en vez de ser una marca de fracaso, es una señal de cierre bien hecho

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