EN LO COTIDIANO

Toda relación profunda con Dios comienza en lo cotidiano. Pedro no estaba en el templo ni en oración cuando Jesús lo encontró; estaba trabajando, cansado, limpiando redes vacías después de una noche sin resultados.

 En ese escenario común, Jesús entra en su barca y transforma un momento de frustración en una experiencia de revelación. En la pedagogía de Cristo, no hay encuentros casuales: Él parte de nuestra realidad concreta —el trabajo, el cansancio, la impotencia— para mostrarnos la abundancia que brota cuando confiamos y obedecemos. Acompáñame a este momento que definiría no solo a Pedro, sino a todos en ese lago:

 “Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: ‘Rema mar adentro y echen las redes para pescar’. Simón respondió: ‘Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero en tu palabra echaré las redes’. Y haciéndolo así, recogieron tal cantidad de peces que sus redes se rompían. Al ver esto, Simón Pedro cayó de rodillas ante Jesús diciendo: ‘Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador’. (…) Jesús le dijo: ‘No temas; desde ahora serás pescador de hombres’.”
(Lc 5,4–10)

Parte de lo humano para conducir a lo divino: Jesús se acerca al pescador en su ambiente natural, no le pide que abandone su oficio antes de revelarse, sino que lo transforma en medio de él.

Provoca la confianza mediante el absurdo: después de una noche infructuosa, Jesús pide volver a intentarlo. Es un gesto pedagógico que enseña que la fe nace cuando la razón se rinde ante la palabra de Dios.

Conduce a la humildad y al reconocimiento: Pedro pasa del esfuerzo estéril a la sobreabundancia, y de ahí al reconocimiento de su pequeñez. La experiencia del poder de Dios lo lleva a una conversión interior.

Convierte la vocación profesional en misión espiritual: lo que Pedro sabía hacer —pescar— se convierte en metáfora de su nueva tarea: “ser pescador de hombres”. Cristo no anula su identidad, la eleva.

San Juan Crisóstomo decía que en Pedro se cumple la pedagogía de la fe: “No por el milagro, sino por la palabra, Pedro obedeció; y no por la vista, sino por la confianza, fue instruido en el misterio del seguimiento.”

Papa Francisco, en una homilía sobre esta escena (17 de febrero de 2019), dijo: “Jesús entra en la barca de nuestra vida incluso cuando está vacía. No espera que tengamos todo en orden; Él mismo da sentido a lo que está vacío.”

Teológicamente, la escena muestra que la fe no nace del control, sino del abandono confiante. Jesús educa el corazón de Pedro para que aprenda a obedecer no desde la certeza, sino desde la relación.

Filosóficamente, podría leerse con Kierkegaard: la fe auténtica es “salto” una decisión que se lanza más allá de la evidencia. Pedro encarna ese salto.

Cristo se sube a nuestras barcas vacías: entra en nuestras rutinas laborales, en nuestros intentos fallidos, para enseñar que su presencia transforma la esterilidad en fecundidad.

La obediencia humilde abre caminos nuevos: la comunidad cristiana está llamada a confiar más en la Palabra que en los resultados.

No se trata de éxito, sino de misión: el milagro de los peces no es el fin, sino el inicio de un nuevo propósito. Jesús no le da a Pedro peces para siempre, sino sentido.

La pedagogía de la confianza: cada fracaso puede ser aula de fe, si dejamos que Jesús reme con nosotros.

Pedro, con sus dudas y sus impulsos, representa el corazón humano en su proceso de fe: desconfiado al principio, obediente en la prueba, sobrecogido ante el milagro, transformado por la llamada. Jesús no lo escoge porque sea perfecto, sino porque está dispuesto a remar una vez más. En la pedagogía de Cristo, la confianza precede al entendimiento. Y cuando el ser humano obedece desde la fe, su barca —antes vacía— se convierte en instrumento del Reino.(I)




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