El kimbaku, arte de la unión y del silencio compartido, es aquí traducido en imágenes que viajan de la caricia inicial al clímax ardiente, y de la entrega final a la promesa de eternidad.
Cada tanka es una estampa mínima, una escena suspendida en la penumbra:
la cuerda que danza sobre la piel, los nudos que guardan secretos, el fuego que tiembla en las sombras, el rezo que convierte la atadura en rito.
No hay prisión en estos versos, sino tránsito. El cuerpo se abre como un paisaje, la cuerda lo dibuja y lo contiene, y el alma, rendida y despierta, descubre en cada lazo un instante de belleza efímera y absoluta.
Stella
XLI
La cuerda danza,mármol cede al susurro,
fuego en penumbra.
Secretos se dibujan,
la calma sangra trémula.
XLII
Oh, Río de seda,
tensión suave en tus manos,
piel que despierta.
Un silencio tejido,
dos cuerpos laten juntos.
XLIII
Luz temblorosa,
la noche en piel suspira,
nudos resuenan.
La seda guía al pulso,
el fuego ata su alma.
XLIV
La soga tensa, Ya...
en senos de la luna,
susurros tiemblan.
Mi sombra busca un pecho,
sin final en su viaje.
XLV
Rugen los muslos,
el encaje guarda fuego,
nudos en hombros.
La cuerda habla en la piel,
la pasión se hace lazo.
XLVI
Luz quebradiza
el cuerpo tiembla lento,
y la cuerda arde.
Sombras bailan despacio,
al ritmo de su pulso.
XLVII
Atadura sutil,
la cuerda entre los labios,
labios se pierden.
Nos buscamos en sombra,
es eco de luz que arde.
XLVIII
Nudos dibujan,
su piel canta en la sombra,
un manso temblor.
No es prisión lo que sientoj,
es entrega divina.
XLIX
Flor que se abre,
cada nudo es un rezo,
seda que ata.
Su respiración lenta,
hacia el cielo se eleva.
L
Nudo en tu piel,
el río se enmudece,
tiembla su ser.
La cuerda es promesa,
eternidad en fuego
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