En nuestra vida diaria muchas veces no enfrentamos grandes tragedias, sino pequeñas carencias que parecen robarnos la alegría: el cansancio que apaga el entusiasmo, los conflictos familiares, la rutina que desgasta la fe. Algo parecido ocurre en las bodas de Caná: no hay un enfermo ni un excluido, sino una fiesta que se queda sin vino. Y, sin embargo, Jesús decide iniciar allí su camino de signos, mostrándonos que la pedagogía de Dios no se limita a lo extraordinario, sino que también se revela en lo cotidiano, en las necesidades simples que afectan a la comunidad y que se convierten en voportunidad de fe. Vamos a adentrarnos en lo ordinario de la vida, lo cotidiano.
“Al tercer día se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y estaba allí la madre de Jesús. También fueron invitados a la boda Jesús y sus mamá adiscípulos. Y faltó el vino. La madre de Jesús le dice: ‘No tienen vino’. Jesús le responde: ‘Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora todavía no ha llegado’. Dice su madre a los sirvientes: ‘Hagan lo que Él les diga’. Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una. Jesús les dice: ‘Llenen las tinajas de agua’. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dice: ‘Saquen ahora y llévenlo al maestresala’. Se lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, sin saber de dónde era, aunque sí lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llama al esposo y le dice: ‘Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior; tú en cambio has guardado el vino bueno hasta ahora’. Así, en Caná de Galilea, dio comienzo Jesús a sus signos, manifestó su gloria, y creyeron en Él sus discípulos.” Jn 2,1-11
En Caná no hay un enfermo ni un marginado que busque sanación. No se trata de un drama personal, sino de un problema comunitario: la falta de vino en medio de una fiesta. Jesús enseña aquí que el Reino no se limita a resolver grandes tragedias, sino que también se manifiesta en lo cotidiano, lo ordinario, lo doméstico. El vino que falta es signo de la alegría y de la abundancia que parecen agotarse; Jesús transforma esa carencia en plenitud, revelando que Dios no es ajeno a las necesidades sencillas de la vida humana.
La pedagogía de Jesús aquí se despliega gracias a la intervención de María. Ella no da órdenes, no impone soluciones: simplemente señala la necesidad —“No tienen vino”— y confía en su Hijo. Su palabra a los sirvientes —“Hagan lo que Él les diga”— es la misma que resuena hoy en la Iglesia: aprender a escuchar a Cristo y obedecer, incluso cuando no comprendemos del todo. María nos enseña que la verdadera educación en la fe consiste en acompañar, señalar lo esencial y conducir a Jesús.
El milagro acontece en la obediencia sencilla de los sirvientes. No preguntan para qué llenar las tinajas de agua ni discuten la lógica de la orden. Simplemente obedecen y colaboran. En ese gesto se revela que la fe no siempre entiende, pero siempre confía. La pedagogía de Jesús forma discípulos que aprenden a fiarse, incluso en lo que parece inútil o absurdo.
El agua de las purificaciones, signo de la religiosidad antigua, se convierte en vino nuevo y abundante. El Evangelio señala que eran seis tinajas, llenas hasta el borde: un vino en exceso, de calidad, que desborda lo esperado. El primer signo de Jesús no es de escasez, sino de sobreabundancia. Su pedagogía aquí revela que el Reino no llega con ritos fríos, sino con la novedad de la gracia que da vida y alegría.
Hoy también nuestras comunidades experimentan la falta de “vino”: el entusiasmo que se agota, la fe que se debilita, la alegría que desaparece en medio de tantas preocupaciones. Caná nos enseña que Jesús transforma lo ordinario en espacio de gracia. Nos recuerda que la fe comienza en lo pequeño: llenar tinajas, colaborar, obedecer. Y que la misión de la Iglesia es, como María, señalar la necesidad y conducir a Cristo.
“Jesús no comienza su ministerio con un prodigio de poder, sino con un signo que nace de una necesidad concreta, en una fiesta cotidiana. Así nos muestra que Dios está cerca de lo humano, que se interesa por nuestra alegría” (Ángelus, 20 de enero 2013). Papa Franscisco
En la vida personal, aprender a reconocer que en lo simple y cotidiano Dios se hace presente, y que la fe se manifiesta en obedecer su Palabra aun sin entender del todo.
En la comunidad, ser como María, atentos a las carencias de los demás, y saber conducir esas necesidades hacia Jesús.
En la misión de la Iglesia, anunciar que Cristo no solo cura enfermedades y perdona pecados, sino que transforma la vida ordinaria en un espacio de gracia y abundancia.
El signo de Caná nos muestra una pedagogía distinta de Jesús: no la del gesto que reintegra a un marginado, sino la del Maestro que transforma la vida cotidiana y revela que lo humano es lugar de encuentro con lo divino. En el agua convertida en vino descubrimos que la fe no es resignación a la escasez, sino apertura a la abundancia de la gracia que llena y desborda la existencia.
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