DE LA EXCLUSION A LA REINTEGRACION

Cuántos de nosotros nos hemos sentido apartados, descolocados del mundo, fuera del amor, cuántos hemos sido el paralítico, el insultado, el enfermo, hoy vamos a seguir esta serie, con otro personaje, en esta pedagogía de Jesús, acercándonos a él y a su misericordia

El Evangelio narra:  suplicándole de rodillas: Se le acercó un leproso, que se arrodilló ante él y le suplicó : «Si tú quieres, puedes limpiarme.»
-- Marcos 1, 40

La lepra no era solo una enfermedad física; significaba exclusión social, religiosa y afectiva (cf. Lev 13,45-46). El hombre no pide con exigencia, sino con humildad y confianza: reconoce su impotencia y confía en el poder de Jesús. En él vemos la primera etapa de todo proceso humano de crecimiento: atreverse a reconocer la necesidad.

El texto continúa: “Jesús, conmovido, extendió la mano, lo tocó y le dijo: ‘Quiero, queda limpio’” (Mc 1,41).

Aquí la pedagogía de Jesús se hace gesto. Mientras otros huirían del contacto, Jesús toca al enfermo. Ese toque es revolucionario: restaura la dignidad de quien había sido considerado impuro.

El Catecismo nos recuerda: “La compasión de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones… son un signo resplandeciente de que ‘Dios ha visitado a su pueblo’” (CIC 1503).

Jesús enseña así que la verdadera educación y el acompañamiento humano no consisten en dar recetas desde la distancia, sino en entrar en la vulnerabilidad del otro y comunicarle cercanía.

La fuerza de la pedagogía de Jesús no está solo en el gesto, sino en la palabra: “Quiero, queda limpio”. Es una palabra breve, clara y eficaz. No añade condiciones, sino que confirma el deseo expresado por el leproso.

En clave pastoral, aquí vemos la importancia de la palabra que alienta y valida. San Juan Pablo II, en Christifideles Laici, subraya que la misión de la Iglesia es “anunciar la dignidad de toda persona y confirmarla con gestos de acogida y solidaridad” (cf. CL 37).

Jesús añade: “Ve y muéstrate al sacerdote, y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio” (Mc 1,44).

El milagro no se detiene en la experiencia individual. El leproso es devuelto a la vida comunitaria, a su familia y al culto. La sanación se vuelve inserción social y reconciliación espiritual. Esto conecta con lo que afirma el Papa Francisco en Evangelii Gaudium:

 “La salvación que Dios nos ofrece es obra de su misericordia. No hay acción humana, por más buena que sea, que nos haga merecer un don tan grande. Pero Dios no quiere salvarnos aisladamente, sino formando un pueblo” (EG 112).

Este relato refleja etapas que todo acompañamiento humano debería integrar: Reconocer la propia necesidad (como el leproso que se acerca sin ocultar su fragilidad). Expresar confianza en el otro (la súplica humilde). Recibir una respuesta empática (el gesto de Jesús que toca). Escuchar una palabra de confirmación (la voz que da seguridad). Reintegrarse en la comunidad (porque el desarrollo humano auténtico nunca es aislado).

El encuentro de Jesús con el leproso revela una pedagogía única: la compasión que escucha, toca, confirma y reintegra. Aquí la enseñanza no se da en forma de discurso, sino de relación sanadora. En él, la Iglesia encuentra un modelo para su misión: acercarse a los más excluidos, restaurar dignidades heridas y acompañar procesos de sanación que conduzcan no solo al alivio personal, sino a la plena comunión con Dios y con los demás.



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