DE LA EXCLUSION A LA REINTEGRACION II

Hoy existen muchas mujeres y hombres que cargan con enfermedades, estigmas o heridas invisibles que los marginan de la vida social. No se trata ya de una “impureza legal”, sino de prejuicios, etiquetas o condiciones que generan exclusión: la pobreza, la migración forzada, la discriminación por género, la violencia doméstica, el VIH, la depresión o cualquier realidad que coloca a alguien “fuera” de la comunidad. La pedagogía de Jesús frente a estas situaciones no ha perdido vigencia: Él enseña que la verdadera fe no se esconde, sino que se atreve a tocar, buscar ayuda y arriesgar un cambio; y que la misión de la Iglesia y de cada creyente es reconocer, acoger y reintegrar públicamente a quienes la sociedad prefiere dejar al margen. Cómo está parte del evangelio: 

 “Una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, que había sufrido mucho con muchos médicos y gastado todo lo que tenía sin provecho alguno, sino que más bien iba a peor, oyó hablar de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: ‘Si logro tocar aunque sea su manto, quedaré sana’. Al instante cesó el flujo de sangre, y sintió en su cuerpo que estaba curada de su enfermedad.” Mc 5,25-29:

Según la Ley (Lv 15,25-27), una mujer con flujo continuo era considerada impura: No podía participar en la vida comunitaria ni litúrgica. Nadie debía tocarla, ni ella tocar a otros, porque transmitía impureza. Por 12 años vivió en soledad, pobreza (gastó todo en médicos) y marginación social. Ella representa a todos los abandonados y descartados de la sociedad.

A diferencia del leproso que pide en voz alta, o del paralítico que espera ser sanado, esta mujer no pide permiso, no habla: actúa. Su pedagogía interior es distinta:

Cree en el poder de Jesús. Se atreve a romper las normas sociales de exclusión. Su fe es arriesgada y clandestina: se abre paso entre la multitud para tocar a Jesús.

Jesús no se deja contaminar por la impureza ritual. Más bien, es Él quien transmite pureza y vida. Se detiene, la busca, la hace salir del anonimato:

 “Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda sana de tu mal” (Mc 5,34).

Con estas palabras, no solo la sana físicamente, sino que la restaura públicamente. Todos escuchan que ya no es impura, sino hija amada de Dios.

San Agustín interpreta que ella tocó no solo con la mano, sino con la fe: “Muchos lo apretaban, pero solo ella lo tocó de verdad” (Sermón 62).

Papa Francisco (Ángelus 1 de julio 2018): “Jesús reconoce la fe de esa mujer, la saca del miedo y la reintegra en la comunidad. Porque la fe siempre nos conduce a testimoniar públicamente”.

Paul Ricoeur podría ayudarnos a leer este gesto como una hermenéutica del deseo: ella no espera pasivamente, sino que arriesga para rehacer su historia.
La fe auténtica rompe barreras de miedo, exclusión y prejuicios.

Jesús no se limita a sanar en secreto: restituye la dignidad social de los excluidos. La pedagogía de Jesús no es la del poder que domina, sino la de la compasión que reintegra. En clave comunitaria, esta mujer nos enseña que los descartados son los primeros llamados a experimentar la salvación.

Para la Iglesia: Nos recuerda que no basta con dar consuelo espiritual, sino que hay que reintegrar a los excluidos (migrantes, pobres, mujeres marginadas, enfermos estigmatizados).

Para el creyente: La fe no es pasividad; es la valentía de acercarse y tocar el manto de Cristo, aún a contracorriente. Para la sociedad: Nos invita a romper estructuras de exclusión que marcan como “impuros” a ciertos hermanos y hermanas.

La mujer del flujo de sangre nos enseña que la fe verdadera no se queda en palabras: se arriesga, se acerca y toca. Y Jesús, pedagogo del corazón, no solo cura, sino que devuelve dignidad, reintegra y llama “hija” a quien la sociedad había llamado “impura”.



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