Tras recorrer el laberinto de los nudos, la sangre y la luna, la cuerda comienza a aflojar su tensión. El cuerpo, antes suspendido entre dolor y deseo, se abre ahora a un respiro nuevo: el silencio. En esta última serie de haikus, la soga ya no aprieta sino que recuerda; no es cautiverio, sino eco, símbolo de lo vivido. La naturaleza vuelve a surgir con fuerza —el jardín, la lluvia, la alondra—, cerrando el ciclo donde empezó: en la flor. Así, la unión entre cuerpo, cuerda y cosmos alcanza su desenlace: no la atadura, sino la liberación.
XCI
Soga encendida
tu piel guarda los astros…
noche finaliza.
XCII
Luna escarlata
suspende tu silencio…
río secreto.
XCIII
Flor enredada
el nudo se disuelve…
viento de abril.
XCIV
Luz en tus labios
la cuerda se desata…
canta la alondra.
XCV
Rojo horizonte
tu sombra en mi costado…
fuego dormido.
XCVI
Manos abiertas
sin lazo ni mordaza…
solo rocío.
XCVII
Mar de reflejos
el cáñamo ya duerme…
cuerpo rendido.
XCVIII
Silencio rojo
se apaga en la penumbra…
vuelve la lluvia.
XCIX
En tu memoria
nudos, lunas y sangre…
eco que arde.
C
Flor renacida
del cordel al vacío…
jardín eterno.
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