A Gwenhwyfar.
¿Y qué es este temblor
que no cabe en la piel?
Tus labios, un diluvio,
mi sed, un grito a flor de miel.
Las sienes palpitan rumbos ciegos,
la sangre se vuelve río que quema.
Mis manos, navíos de fuego,
navegan tu cintura, tu extrema.
Un gemido que rasga la noche,
un eco en el hueso más profundo.
Tus ojos, la aurora de un derroche,
mi universo estalla, se hace mundo.
El aire se enrarece, se condensa,
perfume a mar y sudor de tierra.
Cada poro, un volcán que ofrenda,
la piel se hace mapa, la carne se aferra.
AZUL
Eléctrica tormenta,
sin rayo visible que la nombre.
La tensión se alimenta,
y el tiempo se deforma.
Tu aliento, un soplo de lo arcano,
deshaciendo mis márgenes, mi forma.
Me arranco el ropaje de ser humano,
para ser solo piel que se conforma.
Azul el instante que desgarra,
azul la savia que me inunda.
No hay palabra que te amarra,
solo un silencio que me funda.
RÍO
Deja que este río se desborde,
que inunde las orillas de tu ser.
Mi lengua, una serpiente que muerde
el fruto prohibido del querer.
Tus muslos, columnas de ámbar,
sostienen el templo de mi sed.
En tu entrepierna, el vasto mar,
donde toda mi ansia se echa a perder.
Los dedos se vuelven brújulas sin rumbo,
en la geografía de tu respiración.
Cada poro se abre, se hace tumbo,
en la furia de mi adoración.
Mis dientes, semillas en tu cuello,
plantando huellas de lo que fue.
Tu vientre, el cálido destello,
donde mi alma desnuda te ve.
LAGO
No hay pudor que nos contenga,
ni tiempo que mida este delirio.
Solo el vaivén de tu cadera que arenga
el pulso insaciable de un misterio.
La piel se funde, se hace charco ardiente,
donde dos soledades se encuentran.
Somos la ola, la espuma incandescente,
las rocas que ceden, que se adentran.
Y el silencio es el eco de la sangre,
el susurro que solo el goce entiende.
Un grito que no es grito, que no sangra,
sino amor que se da, que se desprende.
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Que tengas un excelente día.