SOLEMNIDAD DE CORPUS CHRISTI

SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO 

HOY ES:  Día de Corpus Christi, una fecha que para muchos resuena con incienso, procesiones y la profunda quietud de una fe que se hace visible.
Es importante puesto que no solo es el nombre que de la da a este viejo y olvidad blog, sino también mi apeido espiritual. 

Pero más allá de la parafernalia, esta celebración nos invita a meditar sobre el misterio central de nuestra fe: la Eucaristía, el verdadero Cuerpo de Cristo presente entre nosotros.

El término εὐχαριστία (eucharistia) aparece como rito en la Didaché (documento de finales del siglo I o principios del II), y por Ignacio del Antioquía (que murió entre 98 y 117) y por Justino Mártir (Primera Apología escrita entre 155 y 157). Hoy en día, "la Eucaristía" es el nombre todavía usado por los ortodoxos orientales, católicos, anglicanos, presbiterianos y luteranos.

La idea de que Dios se hace pan y vino para alimentarnos puede parecer asombrosa, pero sus raíces son profundas y se extienden a lo largo de toda la tradición cristiana. En la actualidad parece ser necesaria la presencia de pruebas y explicaciones. Lo cual no está erróneo, lo erróneo es la forma en la que se solicitan estás periciones, debemos explicar hasta la saciedad mental un dogma de fe o una idea dogmatica a personas que no entienden el concepto completo de cientos de años de cristiandad. Pero aquí va. 

La justificación bíblica más clara la encontramos en el Nuevo Testamento. En la Última Cena, Jesús tomó pan, lo partió y dijo:

  "Tomad y comed; esto es mi cuerpo" (Mateo 26,26). Del mismo modo, tomó el cáliz con vino y afirmó: "Bebed de ella todos, porque esto es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados" (Mateo 26,27-28).

San Pablo, al relatar este momento a la comunidad de Corinto, enfatiza la seriedad de esta realidad:

 "Así, pues, cada vez que coméis este pan y bebéis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que venga" (1 Corintios 11,26), advirtiendo sobre la gravedad de recibirlo indignamente, lo que implicaría no discernir el Cuerpo del Señor.




Esta comprensión no fue una invención posterior, sino una creencia firme desde los primeros cristianos. Los Padres de la Iglesia, teólogos y obispos de los primeros siglos, defendieron y explicaron con vehemencia la presencia real de Cristo en la Eucaristía. San Ignacio de Antioquía(siglo I-II), discípulo de los apóstoles, ya advertía contra quienes no reconocían que la Eucaristía era la "carne de nuestro Salvador Jesucristo". San Justino Mártir (siglo II) describía cómo los cristianos creían que el alimento consagrado era la carne y la sangre de Jesús. Más tarde, San Ambrosio de Milán(siglo IV) enseñaría que, por las palabras de Cristo, la naturaleza del pan y el vino se transforma, y no es solo una figura.

A lo largo de los siglos, incontables santos han encontrado en la Eucaristía la fuente de su fuerza, su consuelo y su amor a Dios. Santo Tomás de Aquino, el gran teólogo medieval, dedicó gran parte de su obra a explicar racional y teológicamente el misterio de la transubstanciación. Él mismo compuso himnos eucarísticos que aún hoy cantamos. Santa Teresa de Ávila hablaba de la Eucaristía como el "Pan de vida" que nutría su alma en su profunda relación con Dios. San Juan Bosco, por su parte, animaba a sus jóvenes a acercarse frecuentemente a la Comunión como un pilar fundamental para llevar una vida buena y feliz. Para ellos, y para millones de creyentes, la Eucaristía no es un símbolo, sino el encuentro vivo con Jesús.

A mediados del siglo XIII, Pedro de Praga, sacerdote que dudaba de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, realizó una peregrinación a la ciudad de Roma para pedir, sobre la tumba de San Pedro, una gracia especial. A su retorno a Bolsena, mientras celebraba la Santa Misa en la Cripta de Santa Cristina, se percató de que había un rastro de sangre sobre el corporal (paño litúrgico de color blanco que se coloca sobre el altar) cuya fuente era la forma u hostia consagrada que tenía en sus manos. 

Entonces, ¿qué es la celebración de Corpus Christi? Es una fiesta de la Iglesia Católica que conmemora y exalta la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Su nombre completo es "Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo". Se celebra el jueves siguiente al domingo de la Santísima Trinidad (60 días después del Domingo de Resurrección), o en algunos lugares, el domingo siguiente para facilitar la participación.

La característica más visible de Corpus Christi son las procesiones solemnes, donde la Eucaristía, contenida en una custodia (un recipiente precioso), es llevada por las calles con gran respeto y devoción. Es un acto público de fe, una forma de "sacar a Jesús a la calle" para que sea adorado por todos y para que su presencia bendiga el mundo. Es una invitación a recordar que Cristo, nuestro Salvador, sigue estando tangiblemente entre nosotros, alimentándonos y acompañándonos en nuestro caminar diario.

De acuerdo al catecismo de la Iglesia católica la eucaristía representa un signo de unidad, vínculo de caridad y banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da prenda de la vida eterna.

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