Junio ha llegado, y con él, el aroma a jazmines en la noche y el calor del sol que invita a salir. Pero en este mes, hay otra invitación, una mucho más profunda y urgente: la de mirar el corazón del hombre. Detrás de la fachada de roca, de la sonrisa obligada, de esa aparente fortaleza inquebrantable, a menudo late un corazón de cristal, frágil y vulnerable, que ha aprendido a sufrir en silencio.
Junio ha llegado y si eres católico es el mes dedicado al Sagrado Corazón De Jesús, si eres civil es el mes del Orgullo LGBTQ+; pero también es un mes importante este es un llamado vital, a menudo susurrado, casi ignorado: es el Mes de la Salud Mental Masculina. No es una fecha más en el calendario; es una invitación a mirar de frente una batalla silenciosa, una que muchos hombres libran en la intimidad de su ser, tras muros que ellos mismos, o la sociedad, han levantado. Es una batalla que, tristemente, muchas veces se pierde.
Imagina un roble. Fuerte, inquebrantable, que soporta las tormentas sin doblarse. Así nos han enseñado que debe ser el hombre: un pilar, un proveedor, un protector. Pero ¿qué pasa cuando ese roble, por dentro, está carcomido por una plaga invisible? Por fuera, sigue erguido; por dentro, se desmorona. Esa es, en esencia, la tragedia de la salud mental masculina en la actualidad.
Las historias no dichas, las lágrimas no lloradas, se transforman en estadísticas que nos golpean el alma:
Es un hecho desgarrador, pero los hombres se quitan la vida con mucha más frecuencia que las mujeres. En muchos lugares del mundo, por cada mujer que muere por suicidio, hay dos, tres o hasta cuatro hombres que lo hacen. Aquí en México, vemos esa sombra crecer, especialmente entre aquellos que están en la flor de la vida, en sus años más productivos. Es como si el peso del mundo se hiciera insoportable, y la salida más cruel pareciera la única opción.
Nos enseñan a "ser fuertes", a "resolver solos", a "no quejarnos". Esta armadura emocional se vuelve una cárcel. Por eso, cuando el dolor se vuelve insoportable, cuando la mente se nubla, el hombre rara vez pide ayuda. Prefiere encerrarse, luchar solo, antes que admitir que está "roto". Es un orgullo, una expectativa, que cuesta vidas.
¿Cómo se ve la tristeza en un hombre si no se le permite llorar? A menudo, se disfraza de irritabilidad, de un genio que explota por nada, de cansancio crónico, de un aislamiento que lo aleja de sus seres queridos. A veces, busca refugio en el alcohol o las drogas, como un escape que solo profundiza el abismo. Es difícil reconocer estos signos, porque no encajan con la imagen "clásica" de la depresión.
Esos atajos oscuros, como el abuso de sustancias, se convierten en un falso consuelo. Buscan ahogar el ruido en su cabeza, la ansiedad que los consume, el vacío que sienten. Pero cada trago, cada dosis, es un clavo más en el ataúd de su bienestar.
¿Por qué este patrón tan doloroso? Hay voces en nuestra cabeza, y en nuestra cultura, que nos empujan al silencio:
La vieja idea de la masculinidad, esa que dicta que un hombre no muestra debilidad, que es invulnerable, que no tiene miedo, que siempre tiene el control. Una camisa de fuerza invisible que asfixia el alma.
Para muchos, el valor de un hombre se mide por cuánto dinero gana, por su "éxito". La presión de ser el proveedor, el que nunca falla en lo económico, genera una ansiedad aplastante. ¿Y si no lo logra? El fracaso se siente como una vergüenza insoportable.
Pedir ayuda para la mente, para el corazón, es como llevar un cartel de "débil" en la frente. El estigma social es un muro alto, y el miedo al juicio ajeno, una cadena pesada.
Desde niños, a menudo nos enseñan a "aguantarnos", a "ser valientes" reprimiendo las lágrimas. Crecemos sin las palabras para nombrar lo que sentimos, sin el permiso para expresar la tristeza, el miedo, la vulnerabilidad.
A veces, a medida que los años pasan, los círculos sociales se achican. Si la vida se ha centrado en el trabajo, en la competencia, la soledad puede volverse abrumadora, sin nadie con quien compartir el peso.
Pero esta historia no tiene por qué terminar así. Junio nos grita que hay esperanza, que podemos cambiar el guion. Es hora de romper el silencio, de tender la mano, de mirarnos a los ojos:
Creemos espacios donde la conversación fluya libremente, sin la amenaza del "qué van a pensar". En casa, con los amigos, en el café. Que hablar de cómo nos sentimos sea tan normal como hablar del clima.
Eduquemos a todos: a los hombres, a las mujeres, a las familias, a los médicos. Que aprendamos a ver más allá de la ira o el cansancio. Que entendamos que la tristeza también puede esconderse tras una coraza de "normalidad".
Debemos gritar a los cuatro vientos que buscar apoyo, que ir a terapia, que hablar con un profesional, no es signo de debilidad, sino de una valentía inmensa. Es querer luchar, querer sanar.
Miremos a hombres que no temen mostrar su corazón, que hablan de sus miedos, que piden ayuda y aun así son fuertes. La verdadera fortaleza no es no caer, sino levantarse y buscar ayuda para hacerlo.
Necesitamos más recursos, más programas, más apoyo real. Que la salud mental de los hombres no sea un lujo, sino un derecho accesible para todos, con campañas que lleguen a cada rincón.
La salud mental masculina no es un problema de "ellos"; es un problema de "nosotros". Nos concierne a todos, porque cada vida que se pierde es un pedazo de nuestra sociedad que se desgarra. Que este mes de junio sea el inicio de una conversación que salve, que sane, que construya. Que el silencio, de una vez por todas, deje de matar.
Hermanos, amigos: seamos ese modelo de masculinidad que abraza sus emociones. Hablemos de nuestras luchas (con sabiduría), mostremos que está bien no estar bien. Que la empatía y la conexión son la verdadera armadura.
Este junio, levantemos la voz por aquellos que aún no pueden hacerlo. Tendamos puentes, derribemos estigmas, y construyamos una cultura donde el corazón del hombre, sea de cristal o de acero, pueda latir libre, pleno y sin el peso sofocante del silencio. Que este mes sea el inicio de una era donde la vida sea el único camino, y la ayuda, una mano tendida sin condiciones.
"Este junio, levantemos la voz por aquellos que aún no pueden hacerlo"
ResponderBorrarY tú, ¿Verdaderamente levantas la voz por tí? ¿No alejas a quién te brinda la mano o te desea el bien? ¿No le dices que ver su chat "te abruma"? Aún cuando sabes, que, te escribe si, pero te Lee, te escucha y te dedica tiempo
Ojalá la reflexión inicie en tí y en acabar con tú desdén a la terapia y los terapeutas, te abrazo deseando que está reflexión vaya más allá de haberlo escrito, y se vuelva realidad para todos aquellos que lo lean