RUIDOS INSONOROS III


CANTO DOCE
Antes que el sol despierte su fulgor en el cristal,y el aire de la casa se llene de risas tiernas, un hombre, en la cocina, en la quietud ancestral, prepara el primer café, disipa las sombras internas.

No es un ruido audible, esta labor de inicio, sino el murmullo de un pacto, suave, eterno, el pulso de un hogar que vence el precipicio, el cimiento invisible, el amor fraterno.

"Tu debilidad no es tu enemiga." Susurra el vapor, "Es donde la fuerza se anida, sin estruendo." Y él, en cada sorbo, asume su rol, su calor, el primer guardián del sueño, en silencio, defendiendo.


CANTO TRECE
¿Qué dice el hombre cuando el día lo ha quebrado,
cuando el trabajo muerde y la noche no descansa?
"Lo admirable es que el hombre siga luchando..."
Y en ese silencio, su alma alza una danza.

No hay gritos de batalla, solo el hondo aliento
de un amor que ha vencido la fugaz tempestad.
En la cama, el roce de un pie, un movimiento,
comunica la promesa, la eterna lealtad.

La voz se ahoga a veces, presa de la angustia,
del peso de lo justo, lo que debe ser.
Pero en el ojo que mira, en la mano que ajusta,
se lee el "aquí estoy", el no retroceder.


CANTO CATORCE
Crece el padre como un roble, lento y arraigado,
su sombra cobija los sueños de la estirpe.
No es por la voz que ruge, ni el puño apretado,
sino por la savia oculta que el tiempo le extirpe.

Hay dolores que guarda, miedos que procesa,
"En medio de un mundo bárbaro y hostil..."
Y él, con la frente alta, no deja que la empresa
de la vida lo doblegue, su espíritu gentil.

Porque sabe que en su calma, en su quietud fecunda,
los pequeños retoños hallan su paz.
Y que su amor sin ruido, su presencia profunda,
es el mapa de un futuro, que jamás se deshaz.

CANTO QUINCE
Ay, amor, en este balcón donde la luna se asoma,
y el aire se hace cómplice de un beso callado.
No hay rosas de granada, ni cante que se asoma,
solo el murmullo de un pacto, en el tiempo grabado.

"Quiero volar en un sueño", soñó el poeta andaluz,
y yo vuelo en tus ojos, en la risa de mis hijos.
Mi promesa no grita, es la tenue luz
que ilumina los surcos, los antiguos crucifijos.

La guitarra no suena, no hay llanto de duende,
solo el compás de dos almas que no se desarman.
En la calle de recuerdos, la vida no se rinde,
es el amor que persiste, que la distancia no alarma.


CANTO DIECISEIS
¡Corre, corazón, corre! En el hogar que florece,
bajo el techo que guarda los secretos del día.
No hay baile de gitanos, mas la vida nos mece,
en la danza de lo simple, de la santa armonía.

Es el ruido insonoro de la puerta que se cierra,
la mano que acaricia el pelo despeinado.
La belleza del agua que la vida nos encierra,
el amor que no muere, que jamás ha sangrado.

"Y como Ícaro el sol tocar", en cada abrazo,
en la mesa compartida, en el sueño que arrullo.
La magia de lo eterno en el breve regazo,
el padre que ama, el hombre que no huye, es orgullo.


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