MUJO. ( IMPERMANECIA )

La taza temblaba entre las manos del anciano. No era perfecta: su asa tenía una grieta antigua reparada con hilos dorados que brillaban como cicatrices de luz. "Mira, O-Ma", dijo mientras el vapor del té de cebada dibujaba espirales en el aire frío. "Esta taza me recuerda al cerezo del patio".

Siguió su mirada hacia la ventana. Era primavera, y las flores rosadas temblaban en las ramas como suspiros solidificados. "¿El que se queda sin flores en verano?". El viejo  sonrió. "Sí. Como todo en esta vida: llega, brilla y se va. Mujo, le llaman. Como el río que fluye, sus aguas no son las mismas.
todo cambia.

La impermanecia... Piensa en una nube. ¿Se queda igual? Nunca. Se mueve, se estira, se disuelve. ¿O una flor? Nace, crece, es hermosa por un tiempo, y luego se marchita. Así es todo en la vida, desde el amor hasta el dolor, desde un pensamiento hasta una montaña. Todo está en constante movimiento.

El Mujo no es para ponerse tristes, ¡eh! Es para entender que agarrarse a las cosas con uñas y dientes es una batalla perdida. Si te aferras a que algo sea siempre igual, vas a sufrir cuando inevitablemente cambie. El Mujo nos dice: "Oye, relájate. Las cosas vienen y van. Disfrútalas mientras estén, y suéltalas cuando les toque irse." 

-Es la base de todo lo demás.-

Observe las manos del anciano, surcadas de cortes y callos. Trabajaban la madera en el taller con paciencia de raíz. Un día, el niño rompió sin querer una caja de cedro recién terminada. "¡La arruiné!", lloró, señalando la esquina astillada. El abuelo no se enfadó. Tomó resina dorada y unió las piezas, transformando la rotura en un río de oro. "¿Ves estas vetas oscuras, O-ma? No son errores. Son la historia del árbol. Wabi-Sabi: lo imperfecto cuenta la mejor historia".

Pasaron semanas. Las flores del cerezo comenzaron a caer. Una tarde, el viento las arrancó en remolinos rosados. O-ma y el abuelo se sentaron bajo la lluvia de pétalos. "Duele un poco, ¿no?", murmuró el niño, atrapando uno en su palma. "Sí", asintió el viejo, con una sonrisa triste y dulce a la vez. "Esa punzada aquí...", tocó su pecho, "...es Mono no Aware. Saber que esto es hermoso porque no durará".

El taller del abuelo era un santuario de lo efímero: herramientas gastadas por años de uso, maderas con nudos que cantaban sus años, incluso la silla favorita del gato, desgastada por sus sueños. "La gente busca cosas brillantes y nuevas", decía el abuelo mientras pulía un cuenco con nudos visibles. "Pero la belleza verdadera está aquí: en lo que ha vivido, en lo que muestra sus huellas sin pena".

Cuando el abuelo murió en otoño,O-ma heredó su taza reparada con oro. La primera nevada cubrió el cerezo, ahora desnudo. El niño sirvió té en la taza imperfecta, sintiendo el calor a través de la grieta dorada. Afuera, los copos de nieve danzaban como pétalos fantasma. Una sonrisa agridulce le nació. No era solo tristeza. Era gratitud por haber visto florecer el cerezo con él. Por haber aprendido que las grietas no restan valor, sino que suman historia. Que la vida, como los pétalos o la nieve, es un instante frágil y hermoso. Y que en esa fragilidad está su mayor belleza.

Ahora, cada vez que O-ma ve caer los pétalos de cerezo o siente el tacto áspero de la taza vieja, susurra:  
"Nada es para siempre. Y por eso, todo importa."


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