Me encontraba en mi estudio, las persianas bajadas a media tarde, y el polvo de la luz danzaba en los pocos rayos que se colaban. Mi pluma, compañera fiel, se sentía pesada hoy.
Días y días de escritura, días y días de explicaciones y dibujos mentales, este año ha sido de muchos aprendizajes, hoy quería realizar uno nuevo. ¿Cómo plasmar en versos esa maraña de emociones que a veces llamamos amor?
—¿Qué es el amor? —me preguntaba a mí mismo, con la mirada perdida en las estanterías repletas de volúmenes polvorientos. Una pregunta tan antigua como la humanidad, y sin embargo, cada corazón cree encontrar una respuesta nueva. Tantos maestros, tantos poetas, tantas ideas...
Escribí en mi cuaderno, la tinta deslizándose con lentitud:
Un sol, un puerto, un mar sin fin,
la calma en medio del morir.
Manos que se buscan sin temor,
el alma espejeando un gran valor.
¿Es el amor? ¿Esta quietud?
¿O acaso es solo juventud?
El AMOR, pensaba, es como un roble. Crece lento, sus raíces son profundas. Resiste las tormentas, ofrece sombra. Es conocer al otro en su totalidad, con sus luces y sus sombras, y aun así, elegir quedarse. Es la aceptación sin adornos, la construcción diaria de un refugio. No hay prisa, solo una quietud reconfortante. Es un lugar al que siempre quieres volver. Y dormir, y vivir.
Pero entonces, mi corazón salto y mi mente divago de nuevo: entonces ¿qué es el enamoramiento? ¡Ah, esa fiebre! Ese torbellino que llega sin avisar, como un huracán de mariposas en el estómago. La cabeza da vueltas, los sentidos se agudizan. Todo es color, música, euforia.
Un vértigo, un brillo fugaz,
sus ojos, mi único sol, mi paz.
El mundo se detiene en su andar,
solo su voz me hace vibrar.
¿Es la cumbre? ¿La verdad fiel?
O acaso un veneno dulce o breve miel.
El enamoramiento es una etapa. Es el prólogo chispeante de un libro que aún no sabes si leerás hasta el final. Te eleva, te embriaga, pero también te ciega un poco. Es un filtro rosa que te pones sobre los ojos, donde cada gesto del otro es perfecto, cada palabra es poesía. Es vital, necesario, el motor que a menudo enciende la chispa, pero no el fuego que arde constante en el hogar. Es la promesa, no el cumplimiento.
Cuando uno pretende ser escritor, poeta o loco quijote debe leer y al paso de los años reconocer que la locura es real y que aprender no es opcional.
Fue entonces cuando la palabra limerencia apareció en mi mente, como una sombra alargada.—¿Limerencia? —murmuré, el eco de esa palabra extraña resonando en el estudio. Sabía que no todos la conocían por su nombre, pero muchos, quizás demasiados, habían sentido sus garras. No es el amor que abraza, sino la sombra que te persigue No es un término poético, lo sé, pero describe una realidad demasiado vívida. La conocí, la viví, y me dolió. La limerencia no es amor. Ni siquiera es un enamoramiento sano. Es una obsesión, una necesidad casi patológica de reciprocidad.
Un nombre que taladra el pensar,
su imagen no me deja estar.
Cada gesto, una señal busco,
en su silencio, mi alma trunco.
¿Es la pasión? ¿Dolor sagrado?
O un eco hueco y desolado. Yermo...
La limerencia es un espejo distorsionado. Tú no ves a la persona real, sino una imagen idealizada que has construido en tu mente, a menudo creada por la oscuridad y el vacio. Cada pequeña migaja de atención es un banquete, cada ausencia, un abismo.
La limerencia es esa quimera que se alimenta de la incertidumbre. Si la persona a la que idealizas te diera una clara señal, un "sí" rotundo o un "no" definitivo, la limerencia a menudo se desvanecería. Es la ambigüedad su oxígeno.
Cada mirada casual, cada mensaje ambiguo, cada sonrisa fugaz se convierte en un vasto océano de interpretaciones. Tu mente se vuelve una conspiradora, buscando pruebas de reciprocidad donde no las hay, o magnificando las más mínimas.
Tu estado de ánimo depende por completo de las señales que recibes (o crees recibir) de esa persona. No se trata de su bienestar, sino de la validación de tus propios sentimientos. Es un bucle, un círculo vicioso de anhelo, ansiedad y fantasía. No es amor, es una cárcel dorada construida con tus propios deseos.
Sus ojos, la única luz que busco,
su nombre, un eco que no calla.
Tejía sueños con hilos rotos,
en cada gesto, un signo ciego.
¿Amor? No era un fuego real,
era la sed de un alma en espiral
Te consume, te lo juro. Cada pensamiento, cada hora del día, se convierte en un monólogo interno sobre esa persona. ¿Me habrá visto? ¿Qué quiso decir con eso? ¿Y si...? La fantasía se vuelve más real que la propia realidad. Descuidas amistades, aficiones, el propio trabajo, porque tu energía psíquica está drenada, invertida en un espejismo.
Un sorbo de aire en el desierto,
luego el vacío, el golpe cierto.
Así viví, entre el "sí" y el "no",
un alma en pena, sin timón.
No era amor, era la sed,
de un eco que no iba a volver...
Y lo peor es la euforia momentánea cuando crees ver una señal positiva, una migaja de atención. Es un pico que te eleva hasta el cielo, solo para luego dejarte caer en un abismo de desesperación cuando la ilusión se rompe o la realidad se impone. Es una montaña rusa emocional sin fin, porque la validación que buscas nunca es suficiente o nunca llega de la forma que necesitas.
Un "quizás" que quema el alma,
un silencio que ahoga la calma.
Tejía el futuro en sueños sin ancla,
mientras el presente se deshilacha.
¿Es la esperanza? Un brillo vano.
El corazón en su propia mano...
Y si la limerencia es una cárcel dorada, la obsesión es una celda sin ventanas, fría y asfixiante. Algunos escriben para vivir otros para olvidar. Este camino ya fue recorrido, caminado y terminado.
Aquí ya no hay romanticismo, solo una fijación dañina, un control, una posesión. Es cuando la línea entre el deseo y la enfermedad se difumina.
Un muro, no un abrazo ya,
su vida, mi única verdad.
La sombra que persigue sin sol,
un grito sordo, sin control.
¿Es la fe? ¿Un lazo total?
O el veneno de un frío mal.
La obsesión te consume. Te roba el juicio, la dignidad, a veces incluso la libertad del otro. No buscas la reciprocidad, sino la posesión. No amas, controlas. Es un parásito que se alimenta de la energía vital, tanto la tuya como la de la persona a la que te aferras. Aquí, el otro deja de ser un ser humano y se convierte en un objeto, una extensión de tu necesidad o tu miedo.
Dejé la pluma. Miré de nuevo por la ventana. El sol ya se escondía, la luz cambiaba. El Henkō de mi propia tarde.
Al final, mi alma de poeta aprendió que el camino del corazón es un laberinto. No todas las luces son iguales. El enamoramiento es el relámpago, la limerencia es la luz de un farol solitario que te lleva a ninguna parte, la obsesión es la oscuridad que todo lo cubre.
El amor... el amor es la luz constante del amanecer. Esa que, aunque cambie con las horas, sabes que siempre volverá, nutre la vida, y te permite ver con claridad la belleza de lo que te rodea. Es una elección consciente, un acto de voluntad, una paz que se construye sobre la realidad, no sobre la fantasía. Y por eso, vale la pena buscarlo, incluso si el camino es largo y lleno de espejismos.
[Este trastorno fue bautizado como limerencia por la psicóloga estadounidense Dorothy Tennov después de estudiarlo y publicar sus resultados en su libro "Amor y limerencia: la experiencia de estar enamorado" (Love and Limerence: The Experience of Being in Love), en 1979.]
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