En el kinbaku, las sogas no atan; tejen. Cada nudo es un verso en un poema táctil, donde el cuerpo se convierte en pergamino y la tensión en tinta. Estos tankas, como las cuerdas de seda, trazan mapas de deseo y vulnerabilidad, fusionando la precisión del arte con la libertad de la metáfora. Aquí, la escritura y el shibari comparten un mismo pulso: ambos son rituales donde lo efímero —un suspiro, un nudo— se eterniza. Un viaje donde los límites entre piel y papel, entre sujeción y verso, se desdibujan bajo la luna de un lenguaje compartido. El sol de un verano o la lámpara en la oscuridad del tiempo, del deseo, de la libertad.
XI
Seda en penumbra,
nudos dibujan fuego,
piel, mar y vértice...
la cuerda es universo,
soplo, tensión, latido.
XII
Sogas de seda,
la piel rinde su quebranto
cerezos caen...
Anudada en frágil lazo,
aliento mudo y sumiso.
XIII
Nudo de sombras
glicinas tejen secretos
piel que se abre...
La cuerda canta su historia,
jardín de luz renace.
XIV
Hilos de cáñamo
trazan geografías
piel que desnuda...
El sauce danza con el viento,
la fuerza ahora es ternur
XV
Cuerdas en vuelo
niebla abraza la montaña
alma sin peso...
Crisantemo entrega pétalos,
belleza en rendición.
XVI
Manos que atrapan
rocío en hoja temblorosa
suave rigor...
El pino cede a la brisa
río de energía libre
XVI
Nudos exactos
ramas trenzan sus abrazos
Luna testigo...
Loto nace entre el fango,
blanca entrega sin miedo.
XVIII
Cuerda susurra
secretos en cada poro
piel que despierta...
Bambú se dobla en silencio,
fuerza nace de la calma
XIX
Tensión que sube,
hiedra trepa por el muro,
abrazo eterno...
Peonía abre su falda,
sensualidad en el tiempo.
XX
Sogas dibujan
cuerpo: lienzo fugaz
arte que escapa...
Aves cantan sin fronteras,**
libertad entre marcas...
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