AMADO NERVO

DESPUES 

Te odio con el odio de la ilusión marchita:

¡Retírate! He bebido tu cáliz, y por eso

mis labios ya no saben dónde poner su beso;

mi carne, atormentada de goces, muere ahíta.


Safo, Crisis, Aspasia, Magdalena, Afrodita,

cuanto he querido fuiste para mi afán avieso.

¿En dónde hallar espasmos, en dónde hallar exceso

que al punto no me brinde tu perversión maldita?


¡Aléjate! Me invaden vergüenzas dolorosas,

sonrojos indecibles del mal, rencores francos,

al ver temblar la fiebre sobre tus senos rosas.


No quiero más que vibre la lira de tus flancos:

déjame solo y triste llorar por mis gloriosas

virginidades muertas entre tus muslos blancos.


EL AMOR NUEVO 

Todo amor nuevo que aparece

nos ilumina la existencia,

nos la perfuma y enflorece.

En la más densa oscuridad

toda mujer es refulgencia

y todo amor es claridad.

Para curar la pertinaz

pena, en las almas escondida,

un nuevo amor es eficaz;

porque se posa en nuestro mal

sin lastimar nunca la herida,

como un destello en un cristal.

Como un ensueño en una cuna,

como se posa en la rüina

la piedad del rayo de la luna.

como un encanto en un hastío,

como en la punta de una espina

una gotita de rocío...


¿Que también sabe hacer sufrir?

¿Que también sabe hacer llorar?

¿Que también sabe hacer morir?.

-Es que tú no supiste amar...


EL FANTASMA Y YO 

Mi alma es una princesa en su torre metida,

con cinco ventanitas para mirar la vida.

Es una triste diosa que el cuerpo aprisionó.

y tu alma, que desde antes de morirte volaba,

es un ala magnífica, libre de toda traba...

Tú no eres el fantasma: ¡el fantasma soy yo!

¡Qué entiendo de las cosas! Las cosas se me ofrecen,

no como son de suyo, sino como aparecen

a los cinco sentidos con que Dios limitó

mi sensorio grosero, mi percepción menguada.

Tú lo sabes hoy todo..., ¡yo, en cambio, no sé nada!

Tú no eres el fantasma: ¡el fantasma soy yo


¡ESTA BIEN!

Porque contemplo aún albas radiosas

y hay rosas, muchas rosas, muchas rosas

en que tiembla el lucero de Belén,

y hay rosas, muchas rosas, muchas rosas

gracias, ¡está bien!


Porque en las tardes, con sutil desmayo,

piadosamente besa el sol mi sien,

y aun la transfigura con su rayo:

gracias, ¡está bien!


Porque en las noches una voz me nombra

(¡voz de quien yo me sé!), y hay un edén

escondido en los pliegues de mi sombra:

gracias, ¡está bien!


Porque hasta el mal en mí don es del cielo,

pues que, al minarme va, con rudo celo,

desmoronando mi prisión también;

porque se acerca ya mi primer vuelo:

gracias, ¡está bien!




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