"Memoria perpetua"
En el silencio del Cenáculo,
el pan era solo pan
hasta que Sus manos —grietas de tierra y cielo—
lo partieron en el tiempo detenido.
La noche respiraba traición,
pero Él alzó el cáliz como un astro recién nacido:
«Esto es mi cuerpo.
Esto, mi sangre.
Hacedlo memoria
y la memoria será puente
entre mi ausencia y vuestra sed».
La harina se volvió eternidad entre sus dedos.
El vino, un río de luz púrpura
corriendo por las venas de la historia.
Y desde entonces,
dos mil lunas han caído sobre los altares,
dos mil inviernos han mordido los muros de las iglesias,
pero cada hostia blanca guarda el mismo fuego
que ardió en aquel Jueves sin ocaso.
Haced esto en memoria mía:
no un ruego, sino un latido
que atraviesa siglos como trigo en el viento.
Hombres, mujeres, niños
—manos anónimas, rostros borrados por los años—
repiteis el gesto:
partir, alzar, comer.
La misma ceniza convertida en cosecha,
el mismo grito de amor que vence a la muerte.
En cada misa, el Cenáculo renace:
hay un pan que no entiende de calendarios,
un vino que borra las fronteras del tiempo.
Y aunque las guerras cambien de nombre
y los imperios se deshagan como azúcar en la lluvia,
alguien sigue murmurando
—en griego, en latín, en lenguas que Adán no pronunció—
las palabras que tejieron el universo
desde un aposento alto
donde la eternidad aprendió a ser frágil.
Haced esto… en memoria mia
Y lo hacemos.
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