SANTA MATILDE, REINA

Crónica de la Vida de Santa Matilde de Ringelheim

En el año del Señor de 925, en el monasterio de Quedlinburg, donde la gracia de Dios brilla en cada rincón, me dispongo a narrar la vida de nuestra amada Santa Matilde, esposa piadosa, madre devota y reina ejemplar, cuya vida fue un reflejo de la misericordia divina y un modelo de virtud cristiana. Yo, el hermano Heriberto, indigno siervo de Cristo, he sido testigo de sus obras y he recogido los testimonios de quienes la conocieron, para que su memoria no se pierda en el olvido, sino que inspire a las generaciones venideras.

Santa Matilde nació en el seno de una noble familia sajona, hacia el año 895, en Engern. Desde su infancia, fue evidente que el Señor había depositado en ella una gracia especial. Sus padres, fervientes cristianos, la educaron en la fe y en el amor a Dios, y desde pequeña mostró una inclinación hacia la oración y la caridad. Cuentan que, siendo aún una niña, repartía sus vestidos y alimentos entre los pobres, diciendo: "Es mejor dar a los necesitados que acumular tesoros en la tierra".

Cuando alcanzó la edad de casarse, el Señor dispuso que fuera unida en matrimonio con Enrique, duque de Sajonia, quien más tarde sería coronado rey de Germania. Juntos, formaron un hogar bendecido por Dios, donde reinaban la paz y la devoción. Matilde no solo fue una esposa fiel y amorosa, sino también una consejera sabia y prudente para su esposo. Enrique, conocido como "el Pajarero", encontró en ella un apoyo inquebrantable y una intercesora ante el Señor en sus empresas políticas y militares.

La reina Matilde fue madre de cinco hijos: Otón, quien llegó a ser emperador del Sacro Imperio Romano Germánico; Enrique, duque de Baviera; Bruno, arzobispo de Colonia y santo; Gerberga, esposa del rey Luis IV de Francia; y Hedwig, madre del duque Hugo Capeto. A todos ellos, Matilde los educó en el temor de Dios y en el amor al prójimo, inculcándoles las virtudes cristianas que ella misma practicaba con tanto fervor.

Tras la muerte de su amado esposo en el año 936, Matilde se retiró parcialmente de la vida pública para dedicarse a la oración y a las obras de caridad. Fundó varios monasterios y abadías, entre ellos Quedlinburg, donde yo, humilde monje, tengo el privilegio de servir al Señor. Estos lugares se convirtieron en centros de oración y cultura, donde se preservó el saber y se difundió el Evangelio. La reina viuda donó gran parte de su fortuna a los pobres y a la Iglesia, viviendo en humildad y austeridad, como una verdadera sierva de Cristo.

Sin embargo, su camino no estuvo exento de pruebas. Sus propios hijos, cegados por la ambición terrenal, llegaron a disputar por la herencia de su padre, causando gran dolor a su madre. Pero Matilde, imitando a Cristo, respondió con perdón y paciencia, orando por la reconciliación de su familia. Su fe inquebrantable y su confianza en la providencia divina fueron un testimonio viviente de la gracia que obra en los corazones humildes.

Santa Matilde partió a la casa del Padre el 14 de marzo del año 968, rodeada de sus hijos y de los monjes y monjas que tanto amaba. Su muerte fue un tránsito sereno, como corresponde a una alma que vivió en constante unión con Dios. Desde entonces, su tumba en Quedlinburg ha sido lugar de peregrinación, donde muchos han recibido consuelo y milagros por su intercesión.

Oh, Santa Matilde, modelo de piedad y caridad, ruega por nosotros, pecadores, para que, siguiendo tu ejemplo, vivamos en amor a Dios y al prójimo, y alcancemos la gloria eterna. Amén.

*Escrito por el humilde monje Heriberto, en el año del Señor de 925, en el monasterio de Quedlinburg, para gloria de Dios y edificación de los fieles.*

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