La Poesía
En el principio, antes de los alfabetos y las fronteras, los humanos descubrieron que las palabras no solo nombran lo tangible, sino que también pueden tejer lo invisible. Así nació la poesía: un lenguaje que trasciende el tiempo, un susurro del alma que convierte el barro de la existencia en oro puro. Hoy, al conmemorar el Día Internacional de la Poesía, celebramos ese milagro que nos une en la belleza y el misterio.
La poesía es tan antigua como el primer fuego. Los sumerios tallaron versos en tablillas de arcilla; los vedas indios entonaron himnos al sol; Homero convirtió la guerra en hexámetros eternos. En todas las culturas, los poetas han sido sacerdotes del verbo, intermediarios entre lo humano y lo divino. Sus metáforas eran ofrendas, sus ritmos, plegarias. La poesía no se escribía: se *revelaba*, como un don de las musas o los dioses.
Mientras la prosa camina, la poesía vuela. Su lenguaje no se conforma con significar: busca *encarnar*. Cada palabra es elegida no por su utilidad, sino por su resonancia. Un verso puede ser una semilla que germina en el pecho del lector, o un relámpago que ilumina las sombras de lo inefable. El poeta, como un alquimista, transforma el plomo de lo cotidiano en el oro de lo sagrado.
«El mismo tiempo es fuego que se encierra y al mismo tiempo es piedra que respira» Octavio Paz, Piedra de Sol
En estos versos, Paz convierte el tiempo en una paradoja cósmica: destructor y creador, eterno y fugaz. La poesía nos permite sostener lo intangible en las manos, como agua entre los dedos.
La metáfora es el corazón de la poesía. No es un adorno, sino un acto de magia: comparar la luna con una moneda de plata, el amor con un jardín nocturno, la muerte con un barco de sombras. García Lorca, maestro de lo telúrico y lo onírico, escribió:
«La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira, mira
El niño la está mirando»
Federico García Lorca, Romance de la luna, luna
Aquí, la luna no es un astro: es una mujer vestida de flores, una presencia viva que dialoga con la muerte. Lorca no describe; *invoca*.
Elevar la poesía a la santidad no es hiperbole. En sus versos, lo humano se transfigura. El poeta, como un místico, busca lo absoluto en lo efímero. Paz decía que el poema es «un instante que se eterniza», un éxtasis que nos arranca de la gravedad terrenal. Lorca, por su parte, veía en la poesía un «duende», una fuerza oscura y sagrada que solo surge cuando se baila al borde del abismo.
La poesía es comunión: une al que escribe y al que lee en un ritual sin tiempo. Cada poema es un cáliz que contiene el vino de la existencia, ofrecido para que todos bebamos de lo divino.
En un universo donde a menudo reinan el ruido y la prisa, la poesía sigue siendo un refugio de silencio habitado. Nos recuerda que somos más que cuerpos: somos voces que anhelan el infinito. Hoy, al celebrarla, no solo honramos a Paz, Lorca, Neruda o Sor Juana, sino que encendemos una vela en el altar de lo humano, que es también lo eterno.
Que las palabras nunca dejen de ser milagros. Que la poesía siga siendo nuestra plegaria más alta.
«Porque en el poema hay silencio
como sangre en la estatua viva»
Octavio Paz.
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