La Anunciación del Ángel Gabriel a la Virgen María (Lc 1:26-38) es uno de los momentos más sublimes de la historia de la salvación, donde el cielo toca la tierra y la humilde "Fiat" de una joven nazarena cambia el curso de la humanidad. Este evento, narrado en el Evangelio de San Lucas, revela el plan divino de la Encarnación del Verbo, en el que María es invitada a cooperar de manera única en la obra redentora de Dios.
El ángel Gabriel fue enviado por Dios a Nazaret, a una virgen desposada con José, de la casa de David. Al llegar, la saluda con palabras que resuenan en la liturgia y la piedad cristiana:
"¡Alégrate, llena de gracia! El Señor está contigo"* (Lc 1:28).
María, turbada por este saludo, escucha la promesa divina: concebirá por obra del Espíritu Santo y dará a luz al Hijo del Altísimo, Jesús, cuyo reinado no tendrá fin (Lc 1:31-33). Su respuesta, llena de fe y entrega, es modelo de obediencia:
"He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra"* (Lc 1:38).
Los Padres de la Iglesia vieron en este pasaje un paralelo con el Génesis: mientras Eva desobedeció llevando el pecado al mundo, María, con su "sí", se convierte en la Nueva Eva, instrumento de la redención. San Ireneo de Lyon (s. II) escribió:
"Así como Eva fue seducida por la palabra de un ángel para huir de Dios, María recibió la buena nueva por la palabra de un ángel para llevar a Dios en su seno"( Contra las herejías, V, 19,1).
San Bernardo de Claraval (s. XII), en un sermón sobre la Anunciación, exalta la libertad y fe de María:
"El cielo esperaba tu respuesta, oh Virgen… Pronuncia tu palabra, alma santa, recibe al Verbo deseado" (Homilías sobre la Virgen Madre).
El Concilio de Éfeso (431) proclamó a María Theotokos (Madre de Dios), afirmando que en su vientre se encarnó la Segunda Persona de la Trinidad. San Cirilo de Alejandría defendió esta verdad:
"Si nuestro Señor Jesucristo es Dios, ¿cómo no ha de ser Madre de Dios la Santísima Virgen que lo dio a luz?" (Tercera carta a Nestorio).
Santo Tomás de Aquino (s. XIII) explica que la Encarnación es el acto supremo de la humildad de Dios, quien "se anonadó tomando forma de siervo" (Flp 2:7), y María, al aceptar, se convierte en *"corredentora" no por poder propio, sino por gracia divina (Suma Teológica, III, q. 30).
La Anunciación no es solo un hecho histórico, sino una invitación permanente a acoger a Cristo en nuestras vidas. El Papa San Juan Pablo II decía:
"María nos enseña que la fe no es un simple asentimiento intelectual, sino una entrega confiada a la voluntad de Dios" (Redemptoris Mater, 13).
La Anunciación es el inicio de la Nueva Alianza, donde Dios, por medio de María, se hace hombre para salvarnos. Como ella, estamos llamados a responder con fe y disponibilidad, confiando en que "nada es imposible para Dios" (Lc 1:37).
Que su "Fiat" nos inspire a decir siempre "sí" al Señor, permitiendo que su gracia actúe en nosotros.
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