AMOR: LA PALABRA PERDIDA II

                   CAPITULO 2.
                          Philia

Es el amor que teje raíces en la tierra, es un diálogo con la amistad que sobrevive a los siglos... 
  
La palabra *philia* (φιλία) brota del griego antiguo como un árbol que extiende sus ramas hacia lo humano. Su raíz, philos (φίλος), significa "amado", "querido", pero también "aliado". No es el fuego de Eros ni el don divino del Ágape: es el abrazo horizontal entre quienes caminan juntos.

Aristóteles, en su Etica a Nicómaco, lo definió así:  «La amistad es un alma que habita en dos cuerpos».  

En español, decimos amistad, pero perdemos el matiz de philia como amor activo, un verbo que se construye al compartir pan, palabras y silencios.  
 
Philia es el amor que nos desafía a ser mejores sin exigir perfección. Carl Rogers, desde la psicología humanista, resonaría con esto:  «Lo curioso es que cuando me acepto como soy, entonces puedo cambiar».  

En cada amistad auténtica hay un pacto invisible: te veo en tu fragilidad y elijo quedarme. No es casual que en la antigua Grecia, la philia fuera considerada la base de la ciudadanía

Los estoicos lo entendieron: Séneca escribió a Lucilio:  «La amistad siempre beneficia; el amor a veces hiere» Cartas a Lucilio.  

En la Grecia clásica, la philia era sagrada. Los guerreros espartanos luchaban por el compañero a su lado más que por la gloria. Homero retrató este vínculo en Aquiles y Patroclo:  
«Y Aquiles lloró sobre el cuerpo de su amigo, manchando de sal la sangre seca» Ilíada, Canto XVIII

Pero también fue el amor de los filósofos: Sócrates y Platón, Epicuro y su jardín donde se enseñaba que «la amistad corre danzando alrededor del mundo». En Roma, Cicerón la llamó "lux vitae" (luz de la vida), y en el Renacimiento, Montaigne escribió sobre su amistad con La Boétie:  «Porque era él, porque era yo»  

Es el amor que llevo a escribir a David su lamento del arco :

"Hijas de Israel, por Saúl llorad, que de lino os vestía y carmesí, que prendía joyas de oro de vuestros vestidos.
¡Cómo cayeron los héroes en medio del combate! ¡Jonatán! Por tu muerte estoy herido, por ti lleno de angustia, Jonatán, hermano mío, en extremo querido, más delicioso para mí tu amor que el amor de las mujeres. 2 Samuel 1: 24-26

Hoy, al pensar en philia, veo rostros. Amigos que fueron mapas en mi noche, risas que curaron heridas que ni siquiera mostré. La poeta Emily Dickinson lo dijo con su voz mínima y vasta:  «Un alma que me entiende sin agotarse / Es una riqueza para la que no hay llave» 

Philia no es un sentimiento: es un acto de resistencia. En un mundo obsesionado con el romance y la productividad, elegir cultivar amistades profundas es rebelarse contra la prisa. Como escribió Borges en *El otro, el mismo: 

«Ya somos el olvido que seremos / [...] / Compartimos las cosas / Los versos, el dinero, la luna»*. 

El español no tiene una palabra exclusiva para philia, pero tiene gestos que la delatan: el «¿estás ahí?» a las 3 a.m., el café frío que nadie termina, la memoria que guarda tus historias cuando tú las olvidas. Somos philia cada vez que, como escribió Kavafis, «llegamos a la ciudad y sus puertas se abren sin preguntas» 

¿Acaso no es esto lo divino en lo cotidiano? 

Comentarios