CAPITULO 1. EL AGAPE
A veces el idioma guarda en sí mismo las instrucciones para explicar lo que realmente queremos decir.
¿Te has dado cuenta que usamos solo una palabra AMOR?
En la antigua grecia el amor era un verbo sagrado, la palabra ágape (ἀγάπη) llega a nosotros como un susurro del alma helénica. No es solo un término, sino una revolución espiritual. Mientras eros (ἔρως) ardía en la carne y philia (φιλία) tejía complicidades entre iguales, el ágape era el amor que se da sin pedir nada: "el banquete del alma".
El filósofo Plotino lo definió como:
«Un éxtasis que no desea poseer, sino fundirse en lo divino»(Enéadas).
En español, decimos amor para todo: desde el primer beso hasta el cariño a un pan recién horneado. Pero en griego, cada forma de amar tenía nombre propio, como colores de un mismo arcoíris.
¿Por qué nuestro español no distingue?
Nuestra lengua heredó del latín una palabra ancha como un mar, pero sin islas donde refugiarse. El latín tampoco diferenciaba como el griego: solo tenía caritas (afecto desinteresado, cercano al ágape) y dilectio (preferencia), pero ambas se perdieron en la bruma.
San Agustín luchó por esta precisión:
«Caritas es el amor que eleva; cupiditas, el que encadena» (La Ciudad de Dios).
El español prefirió la ambigüedad poética. ¿Acaso no hay belleza en que una misma palabra contenga el amor que mata y el que salva? Borges lo intuyó: «El amor es una religión cuyo dios es fugitivo».
Usamos *ágape* como préstamo culto, pero en secreto, lo vivimos cada día. Es el abrazo que damos a un desconocido que llora, el pan compartido en una mesa pobre, la mirada que perdona sin archivar la herida.
El teólogo cristiano Anders Nygren escribió: «Ágape es Dios amando al mundo a través de manos humanas» (Eros y Ágape).
En español, aunque no tengamos la palabra, tenemos el acto. Como dijo Santa Teresa con fuego místico:
«Nada te turbe, nada te espante... quien a Dios tiene, nada le falta: solo Dios basta».
La palabra ausente nos habita ¿Necesitamos realmente nombrar lo que el corazón ya sabe?
El ágape fluye en nuestro idioma como un río subterráneo. Se cuela en el «te quiero» dicho al enemigo, en el silencio que acompaña al que sufre, en la ternura que no exige reciprocidad.
Como escribió Rumi en el siglo XIII, aunque no hablara español:
«Tu tarea no es buscar el amor, sino buscar y encontrar todas las barreras dentro de ti que has construido contra él».
El ágape no es una palabra. Es la gramática del alma.
Comentarios
Ya tenia idea de esta palabra, y si la empleamos muy poco