En un lejano rincón de Corea, en el siglo XIX, nació una joven llamada Teresa Kim. Era una época de gran persecución contra los católicos, y la fe era un secreto que se guardaba con cuidado.
Teresa creció en una familia humilde, pero llena de fe. Su padre, un hombre piadoso, la enseñó a amar a Dios y a seguir los pasos de Jesús. La joven Teresa se convirtió en una discípula ferviente, y su corazón ardía con el deseo de servir al Señor.
Pero la fe católica era un crimen en Corea. El rey Sunjo, influenciado por los confucianos, había decretado la persecución de los católicos. Los misioneros eran expulsados, y los creyentes eran encarcelados y torturados.
A pesar del peligro, Teresa se mantuvo firme en su fe. Se reunía en secreto con otros católicos, y juntos celebraban la misa y compartían la comunión. La joven Teresa se convirtió en una líder en su comunidad, y su valentía y determinación inspiraban a los demás.
Pero la persecución no cesaba. En 1839, las autoridades coreanas descubrieron la comunidad católica de Teresa. La joven fue arrestada y llevada ante el gobernador de la provincia.
"Renuncia a tu fe", le ordenó el gobernador. "Si lo haces, te perdonaremos la vida".
Teresa se negó. "Mi fe es mi vida", respondió. "No puedo renunciar a ella".
El gobernador se enfureció. Teresa fue torturada y encarcelada, pero se mantuvo firme en su fe. Finalmente, el 9 de enero de 1840, Teresa Kim fue decapitada en la plaza pública.
Pero su muerte no fue en vano. La valentía y la determinación de Teresa inspiraron a otros católicos a mantenerse firmes en su fe. Y aunque la persecución continuó, la Iglesia católica en Corea siguió creciendo.
Hoy, Teresa Kim es venerada como una santa por la Iglesia católica. Su valentía y determinación son un ejemplo para todos los creyentes, y su legado sigue inspirando a los que buscan seguir los pasos de Jesús.
"La fe es la luz que guía nuestro camino", dijo Teresa antes de su muerte. "No importa lo que suceda, siempre debemos mantenernos firmes
en nuestra fe".
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