En un valle rodeado de montañas, donde el sol se reflejaba en un lago cristalino, vivía un joven llamado Narciso. Desde niño, había sido elogiado por su belleza. Sus padres, amigos y hasta desconocidos no podían evitar halagarlo. "Eres único", le decían. "Nadie como tú". Con el tiempo, Narciso comenzó a creer que era superior a los demás, que merecía admiración constante y que el mundo giraba en torno a él.
Un día, mientras paseaba por el bosque, Narciso escuchó una voz suave que repetía sus palabras. Era Eco, una ninfa condenada a solo repetir lo que otros decían. Eco se enamoró de Narciso, pero él, absorto en su propia imagen, la ignoró. "¿Por qué debería prestarle atención a alguien que no puede decir nada propio?", pensó. Eco,desesperada.
A medida que los días pasaban, Narciso se volvió cada vez más dependiente de su reflejo. Ya no comía ni dormía; solo se sentaba junto al lago, hablando con la imagen en el agua. "Eres perfecto", le decía al reflejo. "Nadie te comprende como yo". Pero, por más que hablaba, el reflejo nunca respondía. Era un diálogo de una sola voz, un monólogo que resonaba en su mente como un eco interminable.
Un día, una voz suave interrumpió su soledad. Era Eco, quien, aunque casi desvanecida, aún intentaba comunicarse con él. "Narciso", susurró, "mírame a mí, no a él". Pero Narciso, enfurecido por la interrupción, gritó: "¡No me molestes! ¡Nadie es tan digno de mi atención como yo!". Eco, herida, se retiró para siempre, dejando solo un silencio que llenó el valle.
Sin embargo, en ese momento de ira, Narciso notó algo extraño. Su reflejo en el agua parecía distorsionarse, como si estuviera burlándose de él. "¿Qué pasa?", preguntó, acercándose más al lago. Pero cuanto más se acercaba, más se desvanecía la imagen. De repente, el agua se agitó, y el reflejo desapareció por completo. Narciso se sintió vacío, como si hubiera perdido la única cosa que le importaba.
En su desesperación, comenzó a gritar: "¡Vuelve! ¡No me abandones!". Pero el lago permaneció en silencio. Narciso, ahora solo y confundido, se dio cuenta de que había perdido no solo su reflejo, sino también a quienes alguna vez lo rodearon. Eco se había ido, sus amigos lo habían abandonado, y su familia lo había dejado atrás. Todos se habían cansado de su egoísmo y su incapacidad para ver más allá de sí mismo.
Con el tiempo, Narciso se convirtió en una sombra de lo que alguna vez fue. Su belleza se desvaneció, y su obsesión lo consumió por completo. Finalmente, cayó al lago, ahogándose en las aguas que tanto había admirado. Pero incluso en su muerte, su legado persistió. La flor que creció en su lugar, el narciso, siempre se inclina hacia el agua, buscando
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